Wednesday, July 28, 2010

Evitando el dormitorio

Mi pobre gata se está asfixiando de calor en la terraza. Por alguna razón lo prefiere a entrar en el cuarto donde tengo el aire acondicionado a toda mecha. Allí también está el libro del que estoy huyendo.
No quiero leerlo porque no voy a estar de acuerdo con los razonamientos de mi profesora. Ya ha empezado mal con su utilización del principio de incertidumbre de Heisenberg para justificar su preferencia por la filosofía Oriental. Como siga con lo de la superioridad moral (Ha habido un amago) me va a forzar a llevarle la contraria en el examen.
Cuando, desde "la intelectualidá" se critica la cerrazón de la cultura occidental y su manía de segmentar, quienes lo hacen son, habitualmente, occidentales. Meter la palanca que equipara las intuiciones de inspiración divina, la hermenéutica o el Tai-Chí con la ciencia es una forma rápida de perder la credibilidad ante mis ojos. Porque la ciencia da resultados cuantificables e indiscutibles, y lo demás no.
Como pura especulación intelectual, no hay que estar cerrado a nada. Cuando hablamos de choque de civilizaciones, entiendo que sería más productivo hablar de choque entre individuos. Partidario de un liberalismo extremo, los esfuerzos institucionales por sostener o derogar aspectos de la cultura chocan con la evidente noción de que Cultura es algo que hacemos casi todos los días, y sin advertirlo.
Llegan a una contradicción quienes dicen, por una parte, que existen grados de paralelismo entre las trayectorias filosóficas de pensadores desconocidos entre sí y quienes plantean una oposición etnocéntrica entre unos y otros, aunque es verdad que en Occidente se le da una gran importancia a los nombres.
Pero si, después de reflexionar, nos damos cuenta de que son nombres propios quienes construyen ideas y la masa informe sólo está para ofrecer soporte fisiológico al genio ¿Por qué hay que discutir la vanidad, que también para los católicos es pecado?
Mi gata no entra en mi cuarto, porque el frío que da la máquina es húmedo. Yo tendría que estudiar, en lugar de malparir estas memeces.

Thursday, July 22, 2010

Requisito de persistencia

- Debo protegerme.
Ella no pareció ofenderse. Él continuó como si hablara para sí mismo:
- Supongo que siempre fue así, claro que yo no fui consciente hasta que mis padres empezaron a preocuparse. Los psiquiatras resumieron mi caso con un par de palabras, pero lo mío es más complejo.
- ¿Por qué me cuentas todo esto? - Preguntó ella - ¿No prefieres venir conmigo y divertirte un rato?
- Te cuento todo esto porque ése es el problema. Mis alucinaciones empiezan a ser peligrosas, quiero decir, tuvo gracia lo del dragón sobre el palo de la escoba, o aquella mañana que volvía de trabajar y encima de mi casa, como si la vigilara, una enorme bola de billar negra, observándome con su gigantesco ocho.
- ¿Debería parecer asustada?
- El otro día por poco provoco un accidente grave. Por mitad de la carretera, a toda velocidad pasó corriendo con sus patas amarillas un buzón de correos.
- Eso tiene gracia.
- Díselo a los que iban detrás. Creí que era un niño al principio y pegué un frenazo.
- ¿Y luego?
- Se fue. Siempre se van. Pero cada vez son más elaboradas, más raras y más peligrosas.
- Creo que quiero otra copa ¿Quién sabe lo que pasará esta noche? Dos desconocidos, y mi habitación.
- Yo sí sé lo que pasará esta noche: Nada.
- ¿Te vas a poner duro conmigo?
- Me gustaría no tener que hacerlo. Hace algunos años me di a mí mismo normas. Llegaba un punto en que era difícil distinguir lo real de lo imaginario: Por ejemplo, antes o después las fantasmagorías se desvanecen. Sólo lo que persiste es real.
- Tengo fiebre, Doctor.
- Los fantasmas tampoco son verosímiles. Su naturaleza está mezclada con la del sueño.
- Siente mi calor.
- Y por eso sé que no estás aquí realmente.
- ¿No soy real?
- Toma. Ten este espejo.
- ¿Qué quieres que haga con él?
- Mírate.
- Soy una bella mujer, que está teniendo grandes dificultades para llevarte a la cama.
- Mira mejor y dime: ¿Cómo puedes hablarme si no tienes boca?

A su alrededor, el polvo y los jergones arrugados, madera astillada y moho. Buscaba refugio en lugares como éste, sin luz ni objetos ambiguos.
Guardó el espejo que flotaba en el aire en el bolsillo interior de su chaqueta. Una risilla se fue agotando entre el sonido febril de la madrugada.
- Cada día cuesta un poco más.
Se tumbó pensando en lo perdido, y la locura lo abrazó hasta el sueño.

Tuesday, July 13, 2010

Culebrón que termina bien

Contra el tipo cuya cara termina en su nuca

Protestón, inesperado, mocho, se sentó a pontificar en nuestra mesa, conmoviéndonos con la fuerza de sus opiniones, inmunes a la divergencia. Nos criticaba sin gracia y a mí me imaginaba jugando al Carmaggeddon por la Autovía, lo que no era muy disparatado por otra parte. El calvo de mierda me cayó mal desde que quiso arrastrarnos a una discoteca que todos conocíamos y evitábamos por unánime consenso.
Allí siguió un rato más, explicándonos lo errado que llevábamos el rumbo y cómo nosotros, los jóvenes treintañeros, debíamos abandonar nuestro rol, nuestro alcohol, nuestra ropa oscura y nuestro humor interno para ponernos unos vaqueros y una camisa de Ralph Lauren o alguno de éstos e ir a satisfacer instintos animales mezclando el sudor con el de alguna chai a la que habríamos engatusado a base de darle la razón en todo.
Cuando por fin se fue y terminaron sus diatribas, tan hipócrita como he sido siempre, me dispuse a diseccionar a la rana: Cuarenta años, un divorcio, dos niños, tripitidor de primero de BUP (Aunque hay veces en que eso no quiere decir nada) y nos acusa de inmovilismo por buscar algo distinto a lo que él tampoco encuentra. No cuesta imaginarse a sus víctimas buscando paraguas contra las babas del lampiño perdedor, mientras éste habla, y habla, y habla intentando que sus palabras no tengan sustancia, por si hace falta virar el rumbo hacia poniente.
Pues nada, cocoliso, antes de que te retire la amargura o el fracaso, aquí tienes tu homenaje: una foto hecha con electrones, el retrato de un cura sin sotana. Váyase usted en paz y déjenos equivocarnos al resto que, aunque nunca pueda llegar a entenderlo, sumar al contador de bragas no merece una palabra en falso. Nosotros mismos.

Monday, July 12, 2010

Capítulo 4: "De cómo un bufón fue hecho Rey"

La ciencia ficción es un género curioso: Aceptamos que existen alienígenas inteligentes, científicos locos que cuentan con recursos económicos suficientes para sus retorcidos experimentos, viajes a tal velocidad que rompen las barreras del tiempo, pero dejando la materia incólume...
Sin embargo, un personaje contradictorio necesita ser explicado y dejar cabos sueltos, al igual que en las novelas de detectives, es considerado una torpeza.
La buena literatura requiere complejidades que en la ciencia ficción estorban. El personaje más profundo en los libros de género no consiste más que en una sucesión de planos. El malo de la historia puede serlo porque tuvo una dura infancia, y el bueno echa de menos su planeta destruido, y todo nos será dicho en su debido momento.
Por ahora, esta historia que os estoy contando cuando la inspiración llega, no hace más que acumular tópicos y los personajes son estéticos y predecibles, arriesgarme a algo más sería pretencioso y, probablemente, rompería la estructura que estoy intentando construir. Eso no significa que vaya a conformarme con hacer capítulos como el que constituyó el borrador de éste que ahora presento.
He respetado la anterior entrada tal y como fue concebida en el post que le corresponde. Mantiene la brusquedad de lo que se escribe sobre la marcha e incluso tiene un inexplicable cambio de nombre de uno de los personajes centrales.
Ésta que viene a continuación es la versión definitiva del capítulo. En la revisión que haré al final, es muy probable que le cambie el título, pero la historia me ha dejado más satisfecho.
Espero que la disfrutéis y perdonad por el retraso, pero es que necesitaba un descanso... de todo.

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Onceava cúpula.

Le agarró un pellizco de piel y lo atrajo hacia sí. Confuso y asustado, no se resistió. El Rey era caprichoso y cruel, casi siempre. Lo más inteligente era no oponer resistencia. La ridícula estampa de un hombre entrado en años sobre las rodillas de otro. El Rey acerca su boca al oído del asistente y susurra:
- Escucho música.
- ¿Mi Señor?
- Música, en todas partes. Sonidos armónicos, como los cantos de los niños del coro, el rítmico chocar de las voluntades contra el suelo de cristal.
- Señor, ya no hay excavadores.
- ¡Ya lo sé! – Respondió bruscamente el Rey, tirando a su súbdito al suelo de un empujón. – Ahora todos somos excavadores ¿Verdad?
- Casi todos.
- Rompiéndonos las uñas…
- Majestad, creo que no os encontráis bien.
- Tienes razón. Debería descansar. Por el bien de la patria dorada ¿Por qué estamos aquí, amigo? Aquí y no en otro sitio, hablando tú y yo, en lugar de estar fuera, bailando con los niños al son de esa bendita música. Y ¿Por qué…? ¿Por qué no para de reírse?
- ¿Reírse, Señor? ¿Quién se ríe?
- El lobo, por supuesto.
- ¿Qué es un lobo, Señor?
- No importa.
El Rey se tendió lentamente en la pasta triturada, cubierta de tela sucia, que hacía las veces de cama. Volvió la cabeza hacia el otro lado, hizo un comentario sobre el llanto de un bebé y aquellas fueron sus últimas palabras.
Las exequias fueron breves, el Rey Harold no se había distinguido por su proximidad al pueblo y quienes acudieron lo hicieron más por curiosidad que por querer homenajear al Rey muerto.
Convencidos, por otra parte, de que existía una posibilidad cierta de abolición del propio Gobierno, grupos de los llamados “Nuevos Anarquistas” provocaron algunos incidentes en las asambleas ciudadanas. Gracias a la moderación de la respuesta, sin embargo, la cosa no pasó a mayores.
En la casa del antiguo Rey, pasó una semana hasta que se empezó a hablar de la sucesión:
- Los colectores – Hablaba un hombre de pelo gris y cejas gruesas – Apoyaremos la decisión que toméis, siempre y cuando mantengamos el equilibrio de las cosas.
- Convendría – Tomó la palabra el Coordinador – Ofrecerle seguridad al pueblo en estos momentos de vacío de poder. Os pedimos a los colectores un esfuerzo: repartir parte de vuestras dosis en este momento os garantizará la continuidad de vuestros – Carraspeó – de vuestras ventajas.
- No son ventajas, son derechos – Respondió el jefe del gremio de Colectores – Y las costumbres se hacen leyes. Nos negamos rotundamente a que esos desarrapados vivan mejor a costa de nuestro esfuerzo.
- Y ¿Por qué decís que existe un vacío de poder? – Interrumpió la única mujer de la sala, hermana del desaparecido Rey - ¿No soy yo heredera natural del trono?
- Infanta Han, sabéis que os tengo en la mayor de las estimas y que, si de mí dependiera, mañana seríais Reina. Pero – advirtió el Coordinador – El pueblo no admitirá a una mujer en el trono. No la ha habido nunca y lo que aquí se defiende es la continuidad de una tradición.
- Lo lógico es que acabe siendo Aick, pero hoy sólo tiene tres años – Señaló uno de los allí reunidos, representante de la Orden de Buscadores.
- Bueno, he aquí mi propuesta. Por supuesto, es discutible: Nombremos heredero al príncipe Aick y que acceda al trono cuando llegue a la mayoría de edad. Mientras tanto, que la infanta Han haga las funciones de Regente, apoyándose en el asesoramiento de nuestro querido Coordinador, quien posee toda la experiencia que se precisa para el mando.
Se miraron los unos a los otros. La infanta no se atrevió a protestar, aunque estaba lejos de ser conforme con una decisión que, en la práctica, impediría que ella tuviese poder en el Gobierno. Su hijo, al menos, llegaría al Trono algún día. Así que, tal y como su religión le había enseñado, apretó los puños, se tragó el orgullo y dio su voto a favor.

50 años después.

El más necio de los hombres, con un poco de disciplina, puede aprender a ser colector, aunque sólo una distinguida minoría llega a serlo. Toda la ciencia de la profesión se resume en una máxima que condensa la experiencia de años: No todo lo que sale de las grandes máquinas situadas en el techo se puede comer y, definitivamente, nada se debe comer antes de tiempo.
El procedimiento para limpiar las aspas no tiene mayor complicación. Con recordar que hay que ir apagando la máquina poco a poco y no meter la mano mientras ésta se encuentre en marcha es suficiente. Distinguir una porquería de la otra y agruparla según su color y textura requiere algo más de práctica: Los sedimentos amarillos pueden ser, dependiendo de si presentan una textura granular o no, una comida exquisita o un poderoso veneno. Los rojos se pueden estirar para formar hilos y se emplean, por tanto, en la confección de ropa. No todos los sedimentos rojos tienen la misma densidad o las mismas propiedades, por lo que la calidad del tejido final también varía. Si tenemos en cuenta, además, que estos grandes filtros de aire son la única fuente de alimento de toda la cúpula, no resulta extraño que el muy exclusivo gremio de Colectores mantenga, desde hace más de doscientos años y en contraste con el resto de asociaciones profesionales, el título de Real Orden.
En el reparto de las dosis de comida ya procesada, después del Rey, eran los colectores quienes disfrutaban de las mayores y mejores dosis, como también gozaban de lugares más extensos reservados dentro de la cúpula para que los habitaran e incluso podían poseer objetos de plástico y metal antiguo.
Nero y Lauren habían sido nombrados colectores el mismo año, sus padres también lo fueron y eran amigos desde la infancia. Aquel día Nero llegó corriendo a la sección de Lauren, muy excitado:
- ¡Lauren! ¡Ven! ¡Hemos encontrado un nuevo residuo!
- ¿Un nuev…? Voy ahora mismo.
Allí les esperaban el resto del equipo de Nero, todos alrededor del descubrimiento:
- Es la primera vez que veo este color. Es como un rojo, mezclado con negro. Es…
- Ya sé a qué se parece.
- ¿Sí?
- Cuando te das un golpe en el brazo, o en la pierna. Al día siguiente se pone de ese color.
- Lo llamaremos “morado”.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué no?
- ¿Habéis avisado ya al departamento de pruebas?
- Llegaran en cualquier momento.
Diez minutos después llegaron cuatro hombres más, uno de ellos estaba atado escrupulosamente por fibras rojas. Los otros tres portaban objetos contundentes, para el caso en que tuvieran que reducir al primero. Uno de los guardias recitó de memoria:
- Preso 42B, has accedido a convertirte en sujeto de pruebas para la sustancia de reciente descubrimiento, etiquetada 131. A cambio de tu colaboración, podrás obtener la libertad, pero es mi deber informarte de que el riesgo de que no sobrevivas, por tratarse de residuo desconocido. Después de la prueba permanecerás aislado durante no menos de diez días. Si en ese plazo manifiestas alguno de los síntomas asociados a la enfermedad del color, tu cuerpo será dispuesto por el Reciclador. Si, por otra parte, los síntomas aparecieran después del período de cuarentena, podrás ser igualmente reciclado, sin derecho a indulto ¿Aceptas?
- Acepto.
Lauren, como responsable de sección, se adelantó para dar las explicaciones pertinentes:
- La muestra del llamado “morado” ha sido sometida ya al proceso de reserva, comprendido por 7 horas, destinado a eliminar el riesgo de consumo de sustancias con color activo. Es el mismo proceso por el que pasa la comida y la ropa, por lo que el peligro ha sido minimizado. Lo más probable es que sea inofensiva o, como mucho, te produzca algún síntoma secundario, como dolores de estómago o algo de fiebre. Estamos aquí para controlar que todo vaya bien. Por cierto ¿Cuál es tu nombre?
- Preso 42B.
- Tu nombre real, a los colectores no nos importa qué es lo que te trajo hasta aquí. Salga como salga la prueba, para nosotros eres un hombre más, y el resto de la cúpula estará en deuda contigo.
- Me llamo Allon, se pronuncia Alon, con “a” corta.
- Muy bien, Allon, ésta es la primera dosis. Verás que es muy pequeña. Dependiendo de tu reacción, la iremos incrementando.
- Está bien. – Y sin más ceremonia, Allon cogió la bolita prensada que se le ofrecía y se la tragó sin masticarla.
- Ahora tenemos que esperar.


Quienes no conocen el plumón, tampoco tienen razones para echarlo de menos. Al Rey Aick, sin embargo, le dolía enormemente la espalda. A causa de su edad y de la relativa falta de comodidad de su lecho debía ser visitado con frecuencia por médicos. No era extraño encontrárselo tendido, recibiendo, a la vez, a los representantes de los Gremios o de las asambleas ciudadanas y un masaje.
En mitad de uno de estos tratamientos, uno de sus asesores llegó con un mensaje:
- Señor, tenemos una comunicación proveniente de la catorceava cúpula.
- ¿Qué quieren esos parásitos ahora?
- Suponemos que otra transferencia de energía.
- ¿Otra? ¿En qué se la gastan? En fin, vamos allá.
En el monitor, el rostro de un hombre demacrado le saludó con una reverencia:
- Gran líder de la onceava y de la catorceava cúpula. Elegido por la Sombra, Gobernante óptimo, Estatua de Libertad, Dios de los pobres…
- Corta el rollo – Respondió el Rey Aick molesto por haber sido interrumpido.
- Apelamos a vuestra bondad, nuestros hijos se mueren.
- Vuestros hijos siempre se están muriendo, deberíais de plantearos tener menos, o comeros los que ya tenéis.
- Señor, agradecemos vuestras indicaciones. Somos tus súbditos y acataremos cualquier decisión que toméis en vuestra sabiduría. Sin embargo, sin esa energía nuestras máquinas colectoras no funcionarán. Llevamos meses sin poder usar el Reciclador, las heces se amontonan en los rincones de la cúpula. Los cadáveres de nuestros hijos van a parar al mismo sitio, para no extender enfermedades…
- No es nuestra culpa que no tengáis cristales que extraer. No deberíais haber crecido tan por encima de vuestros recursos.
- Señor…
- A callar. Corto y cierro.
El Rey se apartó de la pantalla y volvió hacia la sala de la corte, refunfuñando.


- Los habéis visto, ellos no os habrán devuelto la mirada. ¿Para qué? Si no sois nada. Nada en absoluto. Ni para el Rey. Nada. Os dicen que allí fuera estaríais muertos en minutos. O locos ¿Quién os lo ha demostrado? ¿Dónde están las pruebas?
Hombres desesperados, dispuestos a ser irracionales, la onceava cúpula había institucionalizado la desigualdad, estratificado a sus súbditos, sus líderes hablaban de libertad. Los nuevos anarquistas no estaban muertos, después de la Teocracia de la infanta Han, y del Gobierno opresor del Rey Aick, se hablaba de Revolución, del reparto desigual de la comida, de cómo se estaba condenando a la catorceava cúpula a morir lentamente.
Pero, aún teniendo las ideas, carecían de los medios. El ejército del Rey estaba bien formado, las minorías protegidas contaban con los medios de producción: Los colectores siempre apoyarían a su Rey y éstos tenían la capacidad de privar de alimento a la cúpula. Nadie se atrevería a dar un paso hacia el exterior sabiendo que toda su familia sería pasada por el Reciclador al menor indicio de rebelión.
Los discursos enardecidos, sin embargo, se multiplicaban:
- ¿Quién es esa Sombra? La sombra no existe. Es una mentira…


- ¿Cómo se encuentra Allon?
- No ha parado de reírse desde que le dimos la segunda dosis. Si sigue así me temo que tendremos que certificar su locura y ordenar su reciclado.
- El manual dice que hay que esperar todavía unas horas. Tampoco son éstos los síntomas propios de un envenenamiento por color.
- No, desde luego. Lo curioso es que los efectos han variado enormemente desde la primera a la segunda toma.
- Con la primera dosis no sintió nada ¿no?
- Antes de que te fueras a comer, eso es lo que pensábamos. Pero sí que hubo un efecto, y bastante curioso: Allon empezó a quejarse de insensibilidad en las extremidades.
- ¿Insensibilidad a qué?
- A todo: Al frío, al dolor… a todo.
Otro de los colectores entró con noticias:
- Hay novedades en el estado del paciente.
- ¿Qué clase de novedades?
- Está remitiendo. Ya no se ríe tanto, e incluso nos ha empezado a hablar con algo de coherencia.
- No creo que sea necesaria la tercera dosis.
- ¿Nero?
- Pienso que, si le administramos la tercera dosis, nos arriesgamos a que muera. No tiene sentido y no lo haremos. Me interesan mucho, sin embargo, los primeros efectos, insensibilizar partes del cuerpo sería práctico para tratar el dolor.
- El problema está en que no contamos con cantidades mayores de sustancia para probarlo más.
- Sí, es una lástima.

Fuera de la cúpula, bestias amarillas cabalgan el cielo. Noche de la piedad, la sombra contempla en los rincones, desde los monitores mudos espía. Tiemblan las manos y acaricia la sangre, beso ligero de la muerte. Sobre tus pasos serpea, quieta amenaza. Mírate, no te conocen. Afuera hay libertad, y no lo saben.
Un mundo sin complicaciones, una cárcel sencilla.

- Una lástima.
- Era.
- Hoy los colectores estaban llenos. El problema acaba de invertirse: Sólo hay morado.
- Nada de comida.
Se abrió paso al Rey:
- ¿Qué es eso?
- Mi Señor.
- Tenemos un problema.
- Anteayer descubrimos un residuo nuevo.
- Lo llamamos “morado”
- Provoca insensibilidad al principio.
- Euforia después.
- Los efectos se desvanecen. Pero no creemos que pueda sustituir a la comida.
- Y hoy es todo lo que hemos recogido. Ningún otro color.
El Rey permaneció imperturbado mientras recibía las explicaciones de los ingenieros de colectores ¿Cómo decirle al pueblo que las reservas no eran suficientes para alimentarles a todos? El problema sería mayor si los colectores no empezaban a funcionar pronto como debían. Al final, no encontrando solución por sí mismo, preguntó:
- ¿Cuáles son nuestras opciones?
- La más sensata – Dijo Nero – Es la de no proveer hoy.
- Me lo temía ¿Y si mañana seguimos igual?
- Francamente, no lo sé. Nuestras reservas no son abundantes, no darían para más de dos días. Es la primera vez que algo así sucede y no estamos preparados.
- Bien. Esperaremos a mañana. La versión oficial es que los colectores están atorados, una avería menor, pero que en un plazo máximo de tres días volverán a funcionar con normalidad. No quiero alarmas innecesarias.
- Así se hará, Majestad.
- Por si acaso, os ordeno que estudiéis los efectos que tendría el ¿morado? en dosis mayores.
- El preso con el que se hizo la prueba todavía se encuentra en el período de cuarentena. Seguiremos con el experimento y veremos cómo reacciona.
- Mantenedme informado.

Allon no podía decirlo, no quería que lo reciclaran. Por eso ocultó a los colectores la verdad: Desde el día de la prueba sufría alucinaciones. Su mente soportaba la coexistencia de dos realidades distintas: El mundo del lobo y el real. Y aunque nadie en la cúpula había visto un animal, fuera de los gusanos de la tierra y las serpientes voladoras que a veces se enroscaban en los colectores, Allon sabía lo que era un lobo. Y también sabía que su aullido, como una risa proveniente de las entrañas de la tierra, podía matar a un hombre.
Se agarró las piernas y empezó a temblar. Alguien venía hacia su celda.

- Seremos libres. Porque somos el pueblo, y el pueblo es fuerte. Hoy no ha habido comida para nosotros ¿Creéis que su Majestad, los sacerdotes y esos parásitos de los colectores sufren nuestra hambre? La hora de rebelarse se aproxima ¿Cómo? Os preguntáis. Ellos son más fuertes, nosotros somos más. Pensad, amigos, si el alimento sale del exterior ¿Quién puede creerse que el exterior sea peligroso?
- ¡Nos quieren muertos de hambre!
- ¡No somos sus esclavos!

- ¿Ha habido suerte, Lauren?
- Tampoco en mi sección.
- Morado, sólo morado. Con unas pequeñas vetas verdes.
- Están demasiado mezcladas, ni siquiera podemos aislar las impurezas.
- Aquí está el último informe sobre el estado de salud de Allon, hay que irlo preparando para el Rey.
- ¿Algún cambio?
- Fiebre, euforia descontrolada, la insensibilidad parece haberse extendido a todo el cuerpo.
- Eso o morirse de hambre.
- Los animales que encontramos en las excavaciones podrían ser una solución.
- Están demasiado contaminados por el color. El reciclaje tardaría meses, y la carne se echaría a perder mucho antes.
- No tenemos alternativa.

Señor, tenemos una comunicación entrante.
- ¿Otra vez la maldita catorceava cúpula?
- Esta vez no, Señor. La comunicación proviene de la tercera cúpula.
- ¡Styx! Ese filósofo loco. Me pregunto porqué nos habrá llamado.
El Rey se levantó pesadamente. El dolor que sufría en su espalda desde hace años había evolucionado en las últimas semanas: Cada vez le costaba más andar y requería de la asistencia de dos soldados para las más sencillas tareas.
- Rey Aick, os saludamos.
- Canciller Styx, no es habitual que os pongáis en contacto con nosotros, pero la ocasión no puede ser más propicia.
- ¿Habéis recibido también el mensaje?
- ¿El mensaje?
- El día de ayer recibimos una comunicación de la cuarta cúpula.
El Rey quedó mudo ante la noticia. Al final contestó:
- No hemos recibido nada.
- Tampoco el resto de las cúpulas.
- ¿Y cuál era el mensaje?
- Os lo envío para que podáis reproducirlo.
- ¡Hijos de la cuarta cúpula…

Las fauces del lobo se aprietan contra el exterior de la cúpula. Escucha como gime el metal que aplasta. Mira la prisión haciéndose más pequeña. Mirad. Mirad los monitores.

- ¡Los monitores!
Todos los monitores de todas las cúpulas muestran las mismas imágenes, en un ciclo constante. Paisajes extraños de un mundo muerto, rocas, escenas de gente trabajando en las minas, gotas de lluvia cayendo. Los observadores se encargan de registrar cada ciclo, de buscarle un sentido, pero las interpretaciones son múltiples y nunca se ha llegado a un consenso, es por eso que la única utilidad que se les encuentra hoy en día es la de medir el tiempo: diez ciclos forman el día y otros diez la noche.
Existen cientos de monitores distribuidos por la cúpula y todos se encuentran perfectamente sincronizados.
Los primeros en darse cuenta del cambio fueron los buscadores, quienes se encontraban reunidos tratando de identificar la utilidad de un nuevo objeto, encontrado bajo una roca por un equipo de excavadores.
- ¿Quién es ése? – Se preguntaron todos.
Antes de que comenzara a hablar, la mayor parte de los habitantes de la onceava cúpula se encontraban hipnotizados por la nueva imagen, la primera en siglos. El propio Rey contemplaba uno de los monitores, sin entender muy bien qué es lo que sucedía. Lauren, Nero y el resto de los colectores tenían la impresión de que aquella figura les era familiar, pero no lo identificaron hasta que empezó a hablar, a través de la horrible máscara.
Sentado en un montón de sustancia morada, con las máquinas colectoras rugiendo al fondo, el lobo sonreía a sus nuevos súbditos con una carcajada, los cascabeles de su gorro tintineaban mientras sus fauces de plástico se movían toscamente. La voz de Allon rugió desde dentro de la extraña figura:
- Amigos de la onceava cúpula. He venido para darle humor a vuestras sosas vidas. Tengo mi cetro, tengo mi corona y tengo un montón de carne fresca para compartir. Pronto me querréis como a vuestro perrito, como a vuestra sirvienta, como a vuestro delicioso Dictador. Y hablando de Dictadores… amigo Aick, creo que deberías mirarte eso que te sale de la espalda.
Terminado su breve discurso, todos los monitores de la cúpula se apagaron a la vez. Nero y el resto de los colectores corrieron hacia donde se encontraba Allon. Quedaron aterrorizados al ver que no se encontraba en su celda. En su lugar, una enorme mancha de sangre y piel esparcida. Todos se miraron sin poder darse ninguna explicación.
Contra las puertas del edificio de los colectores, la multitud hambrienta, gritando consignas empezaba a agolparse. No tardaron en romper el círculo de seguridad. Todo fue tan súbito que nadie pudo reaccionar.

- Señor.
- ¿Mmmm? – El Rey tenía la mirada ausente.
- Señor, hay una multitud ahí fuera. No quiero alarmaros, pero…
- Una Revolución.
- Lo parece.
- ¿Dónde oí yo esas palabras?
- Majestad, tenemos poco tiempo. Hay que protegeros.
- Esa figura me era familiar, pero ¿por qué?
- Por favor, debemos marcharnos. Son muchos y no podremos contenerlos más tiempo.
- Bien. Nos iremos. Pero antes, necesito algo. No tardaremos más que un segundo, pero quiero que me seas sincero.
- ¿Qué necesitáis?
Los golpes retumbaban contra las puertas, afuera se escuchaban gritos, amenazas a la Corona. Los enfebrecidos anarquistas habían dejado de ser una minoría de alborotadores y exigían la cabeza del Rey. Los soldados estaban siendo sobrepasados por el número y la furia de los descontentos.
- Señor, por favor.
- Sólo… mírame la espalda.
- ¿Vuestra espalda, Señor?
- Sí. – El Rey se quitó la camisa. – El guardia se inclinó para ver mejor.
- ¿Ves algo? – Preguntó Aick, ansioso.
- Sí, pero no sé exactamente lo que es…
Sonó un terrible estruendo. Los rebeldes habían conseguido traspasar las últimas defensas.

Próximo capítulo: “El regalo de Gem”