Planta tercera
- ¿Te conozco?
- Por supuesto que sí, soy López, el de la quinta planta.
- Pero yo no conozco a nadie con bigote.
- Nada que no se pueda resolver fácilmente. - Se quita el bigote falso de un tirón - ¿Ahora?
- ¿Y no eras calvo?
- Llevo peluca.
- ¿Qué te trae por la planta tercera?
- Tan sólo bajé para saludarte.
- Apenas nos conocemos.
- También vine por la máquina de café.
- Tenéis una en vuestra planta.
- Está rota.
- Espera - Ramón levanta el auricular del teléfono - ¿Mantenimiento? Pasen a echarle un vistazo a la máquina de hacer café de la quinta planta. Parece que está averiada.
- Pero, Ramón, es como si no quisieras que hubiera bajado.
- En esta planta somos así, no nos gustan nada los extraños.
- Cuando te conocí eras una persona cordial.
- He cambiado desde entonces. Todos lo hemos hecho.
- Deja que te invite a un café.
- ¿De nuestra máquina?
- No, bajemos a la cafetería.
- Ni hablar, tendríamos que pasar por la primera planta.
- ¿Y qué tiene de malo la primera planta?
- La primera planta está llena de depresivos, en los últimos cuatro meses ya ha habido dos suicidios.
- Iremos en ascensor.
- No quiero arriesgarme a que entre uno de la primera planta, cuando estemos bajando, y compartamos dos segundos con él. Y sigo sin fiarme de ti, López.
- ¿Qué es lo que tengo que hacer para que confíes en mí?
- No lo sé, vuélvete a poner el bigote.
- ¿Así?
- Mucho mejor. Ahora vayamos a mi despacho, quiero mostrarte algo.
Llegan al despacho.
- Y en esto llevamos trabajando los dos últimos años: Un fichero infinito.
- Eso es imposible.
- No para nosotros.
- ¿Y cómo?
- Mezclamos principios de biblioteconomía con modernas teorías metafísicas sobre la interconexión de los subespacios.
- Vaya ¿Y funciona?
- Bueno, las pruebas que hemos hecho hasta ahora han dado resultados ambiguos, esperamos que funcione para la exposición del próximo martes.
Suena el teléfono del despacho.
- Diga ¿Sí? Vaya. Vaya. Gracias.
Cuelga el teléfono, vuelve a hablar:
- López.
- ¿Sí?
- La máquina de café de la quinta planta nunca ha estado averiada.
- Sí lo estuvo.
- No, nunca lo estuvo. ¿De qué planta vienes en realidad?
- De la quinta planta.
- Lo dudo mucho. No saldrás de aquí con nuestros secretos, si es lo que pretendes.
- Nunca sabrás para qué vine. - Y López, gritando, se arroja al archivador experimental, dentro del que se pierde en el abismo infinito.
- No huirás tan fácilmente. - dice Ramón quien se lanza con semejante ímpetu al cajón abierto y cuya silueta se difumina conforme cae.
La limpiadora que fue a quitarle el polvo al despacho, cerró esta tarde el archivador entreabierto desde el que se oían llantos.