Thursday, February 02, 2006

El día que Lobo conoció a Robert Bloch

Fé de ratas: My es con y. Además no creo que dos personas puedan estar tanto tiempo unidas por un mismo jersey. Por eso, al final, optaremos por una pinza. Está pendiente de representarse una versión más completa del guión, ante una cámara y con público vivo y atado a la silla. Para más información, visiten nuestra web (ésta)

Y ahora, algo completamente distinto.

Valentín Aránega era, según todos los que decían conocerle, un hombre taciturno y obsesivo que bebía demasiado y llevaba siempre consigo un largo rollo de cinta "No Trespassing" con la que rodeaba, allí donde iba, parcelas de terreno, aleatoriamente, haciendo uso de árboles o postes, tras lo cual se situaba en el centro del cerco y gritaba: - Esto es mío, esto es mío. Aparte de otras particularidades, como que gustaba de la compañía de cerdos o que tenía el cuerpo lleno de tatuajes, la cabeza rapada y fobia por el color verde, no era más que un pobre labriego que honradamente y con el sudor de sus cinco esclavos, sacaba adelante unos cultivos que tenía de plantas medicinales.
En el pueblo cercano se le trataba como un bohemio y un sibarita, pero lo que él pensaba de sí mismo se lo confesaba a un amigo imaginario que vivía en el espejo de su cuarto y se mostraba, sólo los sábados, con la imagen de una mujer de cuerpo explosivo y la cara de su madre.
El espíritu de Robert Bloch también iba a visitarlo de vez en cuando, trayendo consigo trufas que tiraban a los turistas en delirios interminables, con hongos y revistas porno. Al final consiguió que las viejas hablaran mal de él, cuando violó a cuatro, dejando embarazada a una de ellas.
Una noche que estaba desenterrando un cadáver en el cementerio, Valentín fue interrumpido por una mujer de largos cabellos y figura traslúcida y luminosa que flotaba unos centímetros respecto al suelo.
El espectro, al ver a nuestro protagonista sudando encima de un montón de arena removida, le interpeló:
- ¿Qué coño haces?
- Preparo sopa.
- Ah, Valentín, he venido a salvar tu alma.
- No estoy interesado en ningún seguro en este momento, gracias.
- No me refiero a eso. Estás haciendo muchas cosas malas: Matas gente, te vas de los sitios sin pagar. Ignoras que existe un contrato social. Un poder constituyente. Maneras en la mesa. Avergüenzas a tus vecinos. Así nunca encontrarás una mujer que te ame.
- Me has convencido con sólo unas cuantas frases. Te seguiré dónde me digas sin dudar ni un momento de lo que veo.
- Vale, tú sígueme y, sobre todo, no mires hacia abajo.
Y la siguió, hasta el borde de un precipicio. La misteriosa mujer avanzó hasta flotar sobre el vacío y le dijo: Ven.
Valentín la siguió sin dudar, precipitándose, esmorrándose contra el suelo.
Medio minuto después, dos hombres salen de un matorral cercano al precipicio y se felicitan:
- La marioneta cumplió con su cometido.
- Sí, al fin nos libramos de ese disoluto.
- Nadie volverá a entrar en mi casa y mearse en mis cortinas al no ser que yo le invite, claro. Aunque ahora no se me ocurre ninguna situación en que quisiera que alguien hiciera tal cosa en mis cortinas, que bien bonitas son.
- Estoy de acuerdo con todo, ha sido una buena obra, aunque el pueblo se haya quedado sin atractivo turístico ni ese sentido del humor tan especial que lo hizo aparecer en cuatro especiales de Canal Sur.
Dándose la mano seguían los dos hombres cuando, de otros matorrales, apareció Valentín con los ojos echando chispas:
- Ajá. Quiero decir... cabrones. Y pensar que me he estado meando todo este tiempo en vuestras cortinas para llamar vuestra atención y hacerme amigo vuestro. Pero ahora vais a morir, porque para eso fuísteis creados, sin nombre siquiera.
- Oh Dios.
- Oh cielos.
- Oh-maíta - Los tres se ríen.
- ¿Cómo lo descubriste? y sobre todo ¿Cómo pudiste esquivar la muerte? Te vimos caer.
- Bueno, tres fueron los hechos que me pusieron en la pista. Primero, la voz del espectro salía de unos matorrales y entre risitas. Segundo, era una voz de hombre, de un hombre que yo conocía y amaba, sobre todo por su buen gusto con las cortinas. Y tercero, esa marioneta os la vendí yo.
- ¿Y tu milagrosa resurrección?
- Bueno, eso es fácil de explicar. Yo soy otra marioneta.
- Querrás decir que fue, realmente, la marioneta lo que tiraste por el precipicio mientras tú esperabas agazapado en los matorrales.
- Yo sé muy bien lo que quiero decir. Y ahora, al precipicio.
- Pero... ¿Cuáles son nuestras motivaciones?
- Ésta es vuestra motivación - Gritó Valentín desenfundando una pistola con su mano de trapo.

FIN