Es la primera vez que me presento a un concurso y aunque fue más por probar que por ver si me llevaba la pasta (Adoro el dinero), estoy un poco picado por no haber quedado ni entre los 100 finalistas. En todo caso, ya están escritas y quizá alguien les vea la gracia. Las bases indicaban que debían de mandarse entre cuatro y seis "vivencias", con un límite de caracteres por cada una. Aquí quedan las mías:
PROMESA FRENTE AL MAR
Apoyado en la barca yaciente,
frente a un mar que arrastraba basura hacia lugares lejanos, charlando con
alguien sobre el efecto beneficioso del aire ionizado sobre las neuronas, quise
representar una decisión con un gesto. Así que, con el paquete en la mano, arqueé
el cuerpo, la mano hacia atrás, el músculo tensado e hice volar en parábola a
los que iban a ser mis últimos cigarrillos.
Inesperadamente entre mis amigos
obtuve algún gesto de desaprobación que luego se explicaría: Había quien estaba
dispuesto a hacer útil mi sacrificio y quienes, con razón, pensaban que lo que
había hecho era poco ecologista.
Inservibles flotarían hacia el
final del mundo. A veces, por el paseo marítimo suspiro y miro al mar mientras
me digo que no hay promesa más difícil que la que nos hacemos a nosotros
mismos. Me gustaba el mar.
PROFESIONAL DE LA
IRA
Su puño golpeó varias veces sobre
la mesa, los ojos fijos en mí, mueca torcida. Escupió sus verdades como quien
intenta fijar con clavos un pedazo de madera podrida. A veces me hacía
preguntas al azar, sólo para comprobar si le escuchaba y yo no sabía qué decir,
cómo expresar que no me sentía culpable sin arriesgar más de lo que ganaría
siguiendo el curso de mis instintos.
De su boca salían acusaciones
inverosímiles, no se levantó hasta acabar de insultarme. Despotricando llegó a
la puerta y la cruzó sin dejar memoria tras de sí.
Me levanté aliviado por su
ausencia, me dirigí a la barra y allí me pusieron la cuenta:
-
No, hoy sólo pago mi parte.
-
¿Y lo de su amigo?
Alcé los hombros en señal de
indiferencia. A regañadientes el camarero se conformó con lo que le daba y yo
también salí.
Quince minutos después volví a la
cafetería y pagué el resto.
BATALLA PERDIDA
A partir de las doce menos cuarto,
se produce una pequeña guerra entre dos cuerpos dormidos. El objeto de la
disputa se extiende de manera desigual formando colinas y valles. Desde un
estado de tensa calma, cada parte toma su lugar y la primera mano intenta
obtener una ventaja crucial, inútilmente:
Quien no se envuelve con el trofeo,
agarra una esquina e intenta impedir la derrota usando su peso como defensa.
Acaban acercándose el uno al otro a fuerza de tirar contra su opuesto, gritos de
guerra en forma de murmullos lastimeros.
La batalla terminará siempre con un
giro, donde el aparente vencedor recibe la carga definitiva, palabras que
escaparon del sueño:
-
Cari, que me estás quitando todo el edredón.
Y el ganador, como hechizado,
renuncia a su trofeo generosamente, con la esperanza escondida de perder la
próxima contienda.
FANTASMAS
Tenía doce y había sombras bailando
en la habitación, un amigo se había quedado aquella noche en nuestra casa y,
después de los videojuegos, sólo nos interesaba contar historias de fantasmas,
que en la suciedad de los cristales y a la luz filtrada del pasillo adoptaban
formas acechantes y vacías.
- ¿Tienes miedo a la oscuridad? –
preguntó Esteban en algún momento.
Pensé mi respuesta. Un demonio
colgado gritaba contra la estantería, había una bruja detrás de la bola del
mundo donde aún existía la Unión Soviética
y en el jardín unas pezuñas (puede que
las de mi perro) arañaban furiosamente el césped.
- No – contesté - ¿y tú?
- Tampoco – respondió.
Permanecimos en silencio y con la
luz apagada hasta que llegó el sueño. Hasta entonces las sombras siguieron
bailando y sonriendo, como cuando las habitaciones se quedan vacías.
EL HOMBRE SONRIENTE
El otro cajero me advirtió:
-
No te asustes, que es buena gente.
En la cola, a dos personas de
nosotros, un hombre con el rostro desfigurado sostenía con dos dedos su
cartilla. Su mano estaba hinchada y su cuerpo también parecía de alguna manera
retorcido de una manera difícil de describir. Su piel presentaba, por zonas,
distintos colores y en algunas partes era tan fina que parecía a punto de
abrirse y dejar escapar su sangre. Mi compañero me explicó, antes de que me
tocara atenderle:
-
De pequeño se cayó en un brasero y se quemó entero.
El hombre con la piel rota dio los
buenos días, hizo su transacción, me dio las gracias y se fue, siempre
sonriendo.
-
Son cosas que te marcan el carácter – Sentenció mi
compañero.
-
Son cosas que demuestran el carácter – Pensé yo,
mientras un señor de gesto agrio llenaba de monedas mi bandeja, en silencio.
EL IMPERDONABLE OLVIDO
-
No voy a traer el vino, que sé cómo te pones después.
-
Fue sólo una vez.
-
Dos, que yo recuerde.
-
Recuerdas mal si te estás refiriendo a “eso”.
-
Me refiero a Rosa, su amiga y tú.
-
No, aquello fue Alex.
-
Nein, fuiste
tú, seguro.
Paramos de hablar, con la sensación
de que el otro no se acordaba de lo que había sucedido hacía sólo cinco años.
No nos íbamos a enfadar por esa tontería, pero su insistencia en decir las
cosas como no ocurrieron resultaba molesta. Alex llegó en ese momento de la
cocina:
-
Ninguno tenéis razón, fue con Fernando, que entonces no
tenía novia.
-
Ah, claro, es verdad.
En un leve momento de reflexión, me
pregunté sobre cómo me recuerdan los demás cuando no estoy presente. Somos
cuadros imposibles en la memoria compartida de los que creen conocernos. Y si
asentí fue por callarlos, porque Fernando no fue.