Friday, September 04, 2015

Giro hacia los números

Me volví fumador por la pose. Dejé de ser fumador por miedo. Me volví obsesivo porque me sentía sin rumbo. Dejé de divertirme cuando me tomé en serio mis planes. Trabajé devotamente para los sueños de otros, quité el pie del acelerador cuando quise recuperar mi vida. Siempre pienso que hay razones para odiarme, pero que quien lo hace no tiene derecho. No me gustan los finales tristes y me hastían los finales felices. Tengo más planes de lectura que libros a mis espaldas, más neurosis que logros, más proyectos que fuerzas y menos corazón del que algunos intuyen.
Soy el puñetero espíritu de la dispersión, no quiero conformarme con enseñar, necesito ser un aprendiz toda mi vida. Es una manera de retener la infancia, de forzar algún tipo de modestia, de mover el bulto de mi vanidad.
Quiero saber. Por encima de todas las otras cosas, el conocimiento. E inventar un modo de hablar de lo que es universal que no se haya hecho antes. Pero la post-modernidad en una máscara mortuoria que alguien puso encima del arte, las filtraciones ideológicas o la crudeza o los esquemas o la sorpresa esperada... todo es del mismo color pardo.
Lo era.
La lógica es extrañamente luminosa. Las matemáticas son bellas y esquivas para mi pobre cerebro de letras. Un mecanismo que se abre en tentáculos, convertidos en la raíz subterránea del mundo. No sé en qué momento sucedió, pero creo que ya no puedo admitir que la Literatura o la Filosofía puedan hacerme sentir como la resolución de un problema, o el desarrollo de un pequeño y fallido programa, en el que las variables bailan y la memoria de un ordenador habla consigo misma.
Desde luego que puedo culpar a todas esas teorías de género que me han intentado meter por la garganta y a esa ideologización de la alta literatura moderna que ensucia con política lo que deberían ser mejores y más interesantes historias. Los best-sellers de hombres azotando a mujeres de escasa auto-confianza no deberían ser considerados inferiores ante el enésimo intento de hacer sentir culpable al lector blanco con relatos pretendidamente sutiles sobre minorías oprimidas. Y puede que, en lo que respecta a la Filosofía, el estudiar a tantos pensadores secundarios, a tantos "zapateros remendones de la idea", que renunciaron hace tiempo a la locura, ingenua y maravillosa, de sus predecesores y sucumben una y otra vez en la tiranía del forzar un "deber ser" en el mundo, me haya terminado por acercar más a una especie de Teología atea, sierva de la retórica y enemiga automática de la verdad por la que tanto creí luchar en el pasado.
Pero los números son respetables. Los números son buenos... porque encajan. Y todo este mundo al que ahora me asomo es como un millón de piezas ordenándose entre ellas con amorosa precisión.
Pobre de aquel que sólo busca especializarse. La felicidad está en hacer la croqueta por un campo de retales, y que te acabe picando todo el cuerpo.