Sunday, March 19, 2006

Una ventana abierta a un mar contaminado

Yo sé de dolor más que nadie. Podría dar congresos sobre el tema, pero pierdo mucho tiempo en leer las aventuras de Batman. En mi favor diré que tengo la buena costumbre de no expresarlo. Es preferible proyectar los sentimientos en objetos inanimados. Llenando ceniceros de tristeza, paso tardes enteras, mis mejores momentos. Los más lúcidos, desde luego.
Ayer una idea me llevó a la otra, después de dos garrafas de vino dulce (Compartidas, quiero aclarar) saqué algunas conclusiones y, como siempre, nada en limpio. El problema sigue siendo que no sé qué hacer con mi vida, que no me pasan cosas, y que no se me levanta por nada. Otros problemas son la soledad, el tedio, la desconfianza en mí mismo y en los demás, mi agresividad cuando conozco a una persona por primera vez, el que no puedo evitar interpretar a un personaje cuando quiero parecer una persona, el que soy un mentiroso patológico, el odio hacia el 99,9% de la raza humana a la que, de manera subconsciente a veces, y otras de manera bien evidente y directa, considero vulgar y estúpida.
Y el cansancio. Y que siento que nadie me toma en serio. Y que no me quieren, ni consigo querer a nadie. Y las manipulaciones de ciertos idiotas que me rodean.
Oye, y quiero escapar y no tengo huevos. Será la nómina, supongo, lo que me retiene. Pero ya no hago ni gracia. Pienso en cambiar y no me encuentro con fuerzas. Estoy en ese estado en que sería presa fácil de una secta de adoradores de Ramoncín.
Y he vuelto a llamar a Anabel, lo que siempre me anima a suicidarme. Otro gran fracaso de mi política social fue no demostrar dignidad en ningún momento ante ella, mi gran amiga, la que podía salvarme, aunque nunca le dio la gana de hacerlo.
En fin, una puta mierda.

Dios mío, milagro.

Mi depresión eran gases.
Qué bueno es ser emocionalmente indestructible.

P.D: Solidaridad con el hermano Serpi. Bendito sea entre todas las mujeres.