Tuesday, May 19, 2015

Sobre la corrupción

No votar a corruptos es una buena idea de la que resulta una difícil praxis. Porque no se conoce la corruptibilidad a priori, porque donde hay política hay juego de intereses y la verdad que contradice nuestras impresiones puede estar escondida, porque la desviación de fondos es riesgo inherente a cualquier sistema donde se gestionan recursos.
Pero hay una idea persistente, defendida por un sector importante y transversal de la población que se me antoja peligrosa porque puede llevar de una falacia a otra. Ésta es la de los "partidos corruptos". La corrupción es un acto egoísta que sutrae para el beneficio propio lo que pertenece a muchos. La corrupción perjudica a las organizaciones donde, como tumores, se multiplica pero es el acto de un individuo o un conjunto de ellos. Los partidos no están corruptos, lo están algunas personas y es malitencionado querer asimilar conductas a organizaciones cuyos fines no se expresen en dichas conductas. Dicho de otra forma: Los partidos políticos no son mafias disfrazadas, son grupos que agrupan ideas y prácticas, no existe la corrupción de partido, pero sí la corrupción en el partido. Desviación lamentable tiene, sin embargo, un alcance limitado que, en el mejor de los casos, nunca llega a la raíz y que parece extendida por falta de medios de control, porque nadie se va a inspeccionar a sí mismo. Pero la principal culpa de que esta peste no desaparezca no se encuentra en la Entidad que arropa discursos, sino en la psicología del elector. No se premian las limpiezas, se toman como síntoma de debilidad, de inseguridad y de sospecha. No se felicita la duda, la indeterminación ni la autocrítica, se blasfema contra ella. Queremos contundencia, mano firme y embestida, cuando necesitamos una política introspectiva, en continua revisión, prudente y cancelable. Es nuestra confusión entre poder e iniciativa la que recompensa el sostener y no enmendar. Alguna llegó a decir que los casos de corrupción de su partido eran, a diferencia de los que se conocían de las alternativas, síntomas de una persecución política. No era doble rasero, era actitud de macho alfa, lo que el elector busca. El gobernante de mirada fija. Porque, cuando la corrupción acaba por estallar, lo cierto es que los daños reputacionales son iguales a los que hubieran tenido de reconocer ellos mismos y a tiempo cual era el cáncer que los carcomía.
Por pura supervivencia se convierten en campo abonado para el robo, y con los dientes sacados para que no se olvide su autoridad. Los nuevos partidos, que son igual que los viejos, han aprendido a caminar sin mirarse los pies y alguno llega al ridículo de querer vincular corrupción e ideología, a pesar de la probada transversalidad de la primera. Por eso y en previsión de lo que va a ocurrir en estas próximas elecciones, antesala de las generales, envaino de nuevo la espada, me apeo del caballo y pido lo que le pido a todos los que piensan y más aún a los que dirigen: Autocrítica y continuo cuestionamiento de todos los principios. Es la única manera de mantenerse limpio en un mundo de intereses.