Saturday, September 22, 2012

Carta a esa parte del pueblo que se interesa por el tamaño del pene de Justin Bieber

A la atención de mis camaradas masculinos, femeninos y de los distintos sexos intermedios que se vayan improvisando para cubrir las necesidades filogenéticas de cualesquiera sector social que no tenga ideas liberal-derechistas ni simpatía por la Iglesia:
Por enésima vez estáis siendo manipulados.
Bien sabéis que soy activo en todos los foros que radicalmente desaprueban la apropiación sistémica de los recursos por parte de las castas poderosas mediante las distintas estrategias que han diseñado, tales como la explotación del obrero, la manipulación de las leyes a favor de sus intereses o trabajar más que otros, máxima deslealtad hacia el camarada tranquilón que buen derecho tiene a serlo y a cobrar por ello.
También sabéis que estoy dispuesto a sofocar con palabras o almohadas precisamente instaladas sobre rostros de traidor a todos aquellos focos de disidentes que dentro de ésta, nuestra bien organizada y cierta y buena rebeldía se atrevan a cuestionar nuestras cuestiones y los intereses que nos mueven, que no son sino los del pueblo, entendido éste como aquel subconjunto de personas que se beneficiarían con la realización de nuestras propuestas aun ignorantes algunos de ellos de las ventajas que tiene el dejarse llevar por tales buenas intenciones.
Es por ello que, sin más prosodia que la justa y necesaria para demostrar lo amigo que soy de todo enemigo del Sistema Establecido por los Poderosos (en adelante RFU) debo incidir en la llamada que he hecho a que comprobéis hasta donde llega la manipulación informativa de los grandes medios que emiten Gran Hermano y Fútbol a todas horas para dejaros irreversiblemente idiotas y que, en su sofisticada, retorcida, sucia campaña han creado, esta vez, a un monstruo para que le tiréis piedras en lugar de hacerlo a los que realmente merecen lapidación: Aquellos que tienen más dinero que vosotros.
Pero ¿No os habéis lanzado como posesos a descalificar al ídolo de tantas prepúberes, el tal Justin Bieber? Claro que lo habéis identificado como un torpe residuo de una sociedad de la imagen que censura a la mujer cuyo vello sobacal baja hasta la altura del ombligo. Y también odíais su música, porque es simple y en sus letras no sustituye la "c" por la "k" como mandan los kánones. Lo habéis hecho y en esto habéis alcanzado el objetivo de los capitalista-burgueses-político-banquero-curas: Teneros entretenidos y distraidos de la lucha obrera.
Las bocas que vociferan contra el tal Bieber no se están alimentando con el calimocho de la libertad y los dedos que le hacen la peseta no están siendo empleados junto con sus camaradas de mano a la noble empresa de propulsar un ladrillo contra los escaparates, muros sociales entre la pornografía de la comercialidad y la cresta roja de la disidencia.
¡Despertad!
¡No ataquéis al cebo sino al que sostiene la caña!
Es hora de darles un golpe en las minúsculas entrepiernas que esconden los pantalones de sus trajes de explotador, hagámosles pensar que han ganado la batalla contra nuestro intelecto para que, en su confianza, la Revolucióln les sorprenda aún más: ¡Volvámonos todos fans de Justin Bieber!
En los grupos sociales, comprando sus camisetas, yendo a sus conciertos y coreando sus canciones. Disfrutando cada momento e incluso vistiéndonos con la ropa del enemigo: Llevemos politos, asociémonos con ellos, tengamos hijos con ellas y debatamos con ellos sin violencia. ¡Les estaremos dando donde más les duele!
Porque habremos conseguido darles una impresión equivocada, y nada hay mejor que un enemigo engañado.
Algunos de los que me conocéis y habéis leído esta carta hasta el final sabéis bien que el abriros los ojos de esta manera lleva una parte de mí en el mensaje:
Camaradas, fui criticado cuando acepté aquel trabajo en la oficina de seguros. Y más aún cuando compré aquel coche caro y me negué a llevaros a los conciertos de Ska-P bajo la excusa de que me ibáis a manchar la tapicería con toda la grasa que llevábais encima. Y es cierto que me habréis visto contonearme al ritmo de locas cintas de Miley Cyrus, maldita víbora de manipulación sobre manipulación que pasó de inocente niña a descarada y turgente mujerzuela del escenario, en metáfora perfecta de lo que este sucio mecanismo de destrucción ideológica hace con la pureza.
Pero lo he hecho por las mismas razones por las que os pido que escuchéis a Justin Bieber y votéis positivamente sus vídeos de Youtube.
Porque la Revolución está más cerca que nunca, pero eso no quiere decir que tengamos que hacerlo con costra por encima, lavaros y luchad con ropa de tonos claros, escuchad mi voz y no os arrepentiréis. Hagamos de las trincheras un lugar un poco más cómodo, pero sin renunciar a ninguna de nuestras ideas. Los materemos con sus propias armas, okuparemos sus casas, nos meteremos en sus zapatos.

Y, por fin, seremos libres.

¡Hasta siempre, camaradas obrer@s!

El teatro

Con la lluvia de ceniza al fondo, sin música, se dieron besos con sabor a anchoa mientras la niña del gorro rosa tiraba de su chaleco con cara de urgencia. Contra la pared, un hombre que se cubría el rostro se dejaba caer lentamente.
- Hay días en los que no sabes hacia qué idea huir.
Sus palabras sonaban descorazonadoras, mientras los amantes se alejaban, la niña se apagaba y un foco del techo resaltaba la oscuridad bajo las cejas del hombre desesperado, quien seguía murmurando para sí sobre la ruina y cómo el ruido de hierba pisada era una de las trece señales de la muerte.
Y luego se abrieron unos ojos, los espectadores comenzaron a aplaudir y un baile de sombras cerró el segundo acto convirtiéndolos a todos en piedra y dando a entender que el equilibrio era imposible en un papel con las puntas dobladas.
- Lo has hecho bien. - Saludó alguien al actor. - Casi demasiado bien, los que están al otro lado no se merecen tanto.
- Hay que darles lo que uno tiene... para que no te lo roben.
- Es otra manera de verlo. - Dijo antes de traspasar el telón y ponerse a gritar a palomas que había que imaginarse, porque no estaban ahí del todo, partes de un decorado invisible.
- ¿Y el Director?
- Perdido, como siempre.
Cuando la niña del chaleco reapareció sobre las tablas, ya era mayor y tenía una hija dentro, creciéndole, devorándola. Se había pintado trazos negros en las mejillas, quería parecer parte de la ceniza que había visto de pequeña. Pero fuera estaba tronando. Contrastaba con un mundo que era hijo del suyo.
- ¿Tienes el cuchillo? ¿Tienes la guitarra? ¿Tienes al halcón?
- Sólo he traido el cubo con agua.
Se movían, salían y callaban para luego explotar en últimas palabras. Conforme la obra avanzaba, el público cambiaba: Los que habían sido actores pasaban a ser espectadores y, en un flujo irregular, nuevos intérpretes iban llegando, para luego sólo observar, para luego marcharse.
Una anciana agarraba un chaleco roto. Era la niña o su madre. Da igual, ya se ha ido.
Salieron cruces. Mil treinta cruces para ser exactos. Y también una momia. Y un hombre que domaba elefantes, y otro que era capaz de tirar de las esquinas, de aplanar montañas. Tiros y sexo. Amargas profecías. El escenario era lo único que permanecía. Apenas se notaba su antigüedad.
Tras el telón, varios hombres furiosos discutían sobre dónde estaba el Director, cada uno parecía tener su propia idea:
- Ha ido a la cafetería.
- Ha ido al baño.
- Está entre el público.
- Todos somos directores.
A pesar de la confusión, estuvo a punto de llegarse con éxito varias veces al último acto. Si no hubiera sido porque, cada vez que se aparecía un final, éste era aplazado por la voz de otro actor que quería salir y decir alguna frase nueva o una vieja y robada que, a veces, tenía más efecto entre los asistentes.
Dos peces revolviéndose en una red, un niño pequeño los contempla. Mete el dedo en el ojo de uno de ellos. Las reacciones del público van desde el fervor a la ira y, entonces.
-  Faltan sillas.
El teatro les escucha y abre una nueva sala, a la que se desplazan los que habían permanecido de pie, mientras alguien declama:
- ...acabo de encontrar la solución al...
Palabras que sólo escuchan los más viejos.

Wednesday, September 05, 2012

Subiendo la calle del Julia

Ahora lo quiero recordar como un tiempo necesario, como si este presente del que las dudas no se alejan completamente fuera el efecto ineludible de una historia por la que llegué a metas y superé obstáculos, cuando no me da por pintarlo como una fase de sacrificios. Pero, aunque un mal modelo de causas quiera machacar la imaginación y convertir lo abstracto en plausible, resultaría difícil entender mi comportamiento, mis conflictos y mis contradicciones sin tener en cuenta lo indefinido que me hallaba entonces y sin saber que había una chica que no me quería como yo a ella.
A través de la ventana de su habitación veía como su perra empujaba con la cabeza el plato de comida. Desde el ángulo en el que me encontraba no podía ver a la madre de mi amiga acercarse con el paquete de pienso. Había acabado hiponotizado por el comportamiento del animal, pero antes de eso estaba usando la débil reflectividad del cristal para ensayar otra sonrisa, una que no enseñara tantos dientes.
- La media sonrisa de Clark Gable sería perfecta.
- ¿Decías? - Ella levantó la mirada del álbum de fotos.
- Nada. Tu madre le está echando de comer al perro.
Me miró no sabiendo si debía interpretarme. Hacía unos meses había querido convencerla de lo complicado que resultaba conocer mis motivaciones, porque me gustaba que los demás no pudieran acceder a mi rica vida interior y también le había dicho que mi psicología estaba influida por un horizonte metafórico distinto o algo así. Me había convencido de que "complicado" podía llegar a significar "interesante" y entre mis amigas se escuchaba aquello de "Es feo pero interesante". Bueno, yo cumplía con una de las condiciones necesarias para que me encajaran la frase así que empecé a mirar hacia puntos perdidos como en el cuento de Chéjov, a suspirar cuando veía la luna, a enfadarme sin causa aparente y a intentar no mostrarme ansioso cuando tenía la oportunidad de abrazarla. En mi soledad, sin embargo, seguía disfrutando de maratones de videojuegos y películas de terror de las que enseñan tetas.
- Bueno, - dijo alegremente - ¿quieres ver fotos?
Me pregunté si debía contestarle, si responder a una pregunta banal era propio de gente tan especial como yo debía aparentar ser.
- ¿Quieres verlas? - Volvió a preguntar. Me acerqué sin decir nada. Luego comenzó a señalar rostros, a decir nombres, a contar anécdotas y a explicar comportamientos. - ... y este es mi tío Alfredo, que tiene un bar en Archidona y al que le pegaron una puñalada hace tres meses. Ya te conté que se le había quedado parado un brazo. A ver quién más hay por aquí.
Su padre, joven, con el uniforme de la mili puesto.
- El capullo - dijo, y siguió enseñándome fotos mientras yo intentaba disimular que respiraba más profundamente porque la estaba oliendo.
Ver la imagen de su padre había hecho que cambiara un poco el tono de voz. Normalmente miraba directamente a los ojos. Después de cualquier cosa que se lo recordara, pasaba a esquivar el contacto visual girando con la cabeza, como si negara
A pesar de todas nuestras confidencias, nunca llegué a saber el alcance de lo que sucedió en su familia. Tenía, no obstante, mis propias teorías, pues a su madre sí creía conocerla lo suficiente y mis instintos me decían que era en parte víctima y en parte responsable de las neurosis de su propia hija. Estaba tan obsesionada con parecer mucho más joven de lo que era, que no le importaba sacrificar el pudor y la elegancia de los años. A todos los que la conocían les resultaba imposible evitar juzgarla, pero yo pensaba que todo eso había venido como consecuencia de algo que no querían nombrar, por si despertaba. En sus ojos se seguía leyendo un desafío a alguien que ya no estaba allí, antes que esperanza en que lo porvenir curara las heridas.
La musa de tantos de mis malos poemas seguía pasando las hojas hasta que, de improviso, cerró el álbum y me miró:
- Tío, tuve un sueño rarísimo el otro día.
Estos eran para mí los mejores momentos, aquellos en los que se abría, aquellos en los que me parecía avanzar hacia algo. Era entrar en su mundo, no podía interpretarlo de manera distinta. Cualquiera de estos acercamientos verbales, cualquiera de estos días, desembocaría en un beso.
- Yo estaba en una cama, atada.
Sudores.
- Y, de repente, las baldosas empezaron a romperse o a abrirse. Era una cosa muy rara, porque se abrían sin abrirse.
Arqueé una ceja, era mi manera de indicarle que prosiguiera sin estropear el momento con los cientos de comentarios "chistosos" que se empujaban contra mi boca.
- Entonces, de las baldosas que se abrían empezaron a salir penes.
Oh, Dios mío, me está hablando de sexo.
- Eran muy chiquitillos, y se movían usando como pies los... los testículos y, entonces empezaron a abrir la boca.
No supe cómo mirarla.
- Y tenían la boca llena de dientes. Unos dientes afilados, y entonces empezaron a comerme por los pies y, bueno, me desperté. ¿Cómo lo interpretas?
La pregunta que estaba temiendo, aquí era donde yo tenía que construir la frase perfecta, una lo suficientemente cerrada como para que dejáramos de hablar de penes antropófagos pero lo suficientemente abierta como para que pudiéramos seguir con el tema del sexo, porque, remotamente, podría conducir a una oportunidad de ésas que surgen en las viejas películas para que el protagonista siga diciendo lo adecuado y, a pesar de sus limitaciones y de la falta de precedentes, consiga al final a la mujer de sus sueños y todo se cierre en perfecto romanticismo e irrompible (adolescente) unión:
- Pueden ser muchas cosas. - Respondí.
Ella me miró. En sus ojos quise ver conflicto interior y deseo, su boca les devolvió la opacidad:
- ¡Pichas cabronas!

Está empezando a oscurecer. Una de las cosas que más me gustan de ella es que nunca me pide que me vaya, siempre está disponible para hablar, a cualquier hora. Años después entenderé lo mucho que necesitaba ser escuchada, pero no lo que yo quería ofrecerle. Cuando vuelva a casa esa noche mi cabeza diseñará estrategias que proyecten al hombre al que creo que quiere conocer. Pienso que tengo todas las pistas, toda la información, ella me la da porque soy su mejor amigo. No haberla besado todavía no es más que el resultado de haber estado empleando estrategias equivocadas, todo está en mi mano. Puedo hacerlo todo, puedo ser cualquiera y, ni las circunstancias ni otras expectativas deben de alejarme de mi fin.
Un año después ella se acostaba en el regazo de un muchacho que sabía bailar y hacía deporte, que no leía artículos de psicología, que no miraba la luna, que no sabía distinguir un adverbio de un adjetivo, que dio paso a otro que se le parecía. Mi memoria no puede ir más allá porque acabé descubriéndome a mí mismo el día en que le dije:
- Necesito no volver a verte.
- Lo comprendo.
Y un año después, cuando me engañaba diciéndome que ya no podía dolerme y era el momento de volver a verla, no me quiso coger el teléfono. Y yo la comprendí a ella.

No recuerdo si fueron años felices porque más que nada fueron turbios. De su casa a la mía había una hora andando. Siempre era yo el que volvía sólo.