Thursday, June 30, 2016

El día que Pablo Iglesias voló

- ¿Funcionará?
- Y aquí ponemos una hélice y aquí otra, y aquí te dibujo unas flechas hacia arriba...
- ¿Funcionará?
- Bueno, pues... no sé - Dijo ajustándose las gafas y reduciendo tres centímetros el diámetro de sus labios, haciendo casi ininteligible lo siguiente que dijo: - Creo que sí, pero lo mío tampoco es la aeronáutica, ya te lo dije antes de que empezáramos.
- Debe funcionar. Verás, Íñigo, yo no puedo dejar de creer en los sueños.
- Emmm, vale.
- Los sueños son el foie-grás de mi tostada ¿lo entiendes?
- No entiendo un carajo ¿Te pongo la capucha también?
- No, necesito que el pueblo me reconozca mientras les sobrevuelo.
- Y el tejido de las alas...
- Debo saltar.
- ¿No deberíamos probarlo antes con alguien menos... representativo del partido?
- Debo saltar. Éste es mi destino, saltar disfrazado de hombre-ardilla desde la torre más alta a la que nos dejaron entrar.
- Está bien. Pero si te estampas contra el suelo, quiero tu colección de fotos de pornoestrellas dando el pecho.
- Es tuya, compañero, camarada y amigo.

Y así se lanzó. Saludaba a todos desde las estrellas y jamás dejó de sonreír al pueblo que lo veía alzarse, retorcerse con las olas de viento y mariposear con las nubes. Estuvo tentado de dejar escapar un salivazo encima de la cabeza de alguien que le parecía (Desde arriba) un perfecto reaccionario, pero se contuvo para no sacrificar su imagen de amante de la democracia.
Y voló, y soñó mientras volaba y los niños que llevaban meses esperando a Papá Nöel, y los deshollinadores danzantes, y las mujeres italianas de rostro grande y ojos bondadosos que se cepillaban el pelo en las ventanas lo saludaban. Y él los veía, allí donde los gritos no suenan, donde las tormentas se abrazan en una canción. Y no quiso dejar de volar, y no lo hizo.

Sucedió que dio dos vueltas a la luna y se sentó a descansar en el trono de los selenitas, de piel azul translúcida, que lo convirtieron en guía y amigo. Y él fue feliz mientras nosotros, pobres desagradables, nos seguíamos arañando los rostros. Sintiendo que algo nos faltaba, pero incapaces de saber qué era.
Espero que donde estés seas feliz, salvador nuestro. Te echaremos de menos y sonríe, porque has conseguido el más grande honor que nadie puede tener: Vivir en el suave recuerdo de los que siempre envidiamos tu traje de ardilla voladora y tu valentía.