Sunday, July 16, 2017

Ola de calor

Érase una vez, en un pueblecito de la sierra, un señor llamado Fermín que violaba, torturaba y asesinaba a niñas delante de una cámara. Las grabaciones llegaban a manos de los más selectos clientes, de los aburridos y, finalmente, se filtró a Internet.
La policía iba a intervenir, pero hacía mucho calor. Los padres de las víctimas se dividieron:
- Ya tendremos más hijos.
- La justicia da pereza.
- Hay que comprender a los diferentes.
Fermín siguió con lo suyo, hasta que dejó de tener sentido para él y acabó quedándose dormido encima de la hoja de uno de sus cuchillos.
Hubo manifestaciones, a lo mejor. Señoras sin ganas de gritar dejaban caer sus cuerpos sobre varones apestosos, el sudor formando ríos sobre el que navegaban barcos de papel. Los gusanos fueron a buscarlos, pero ya habían rodado y quedado aplastados en un meandro. Los políticos, mientras tanto, se restregaban cebollas por los ojos lentamente, paladeando algo parecido a una sensación.
Pasó una página y luego otra. Las víctimas de Fermín habían sido 6, las de su imitador 4, y el imitador del imitador se conformó con salir al parque y mirar lascivamente. Ellas se habían caído del columpio, pero no hacían nada por levantarse, la piel de los dedos de sus madres pegadas al vestido.
Llegaron los extraterrestres, querían invadir el planeta. En el frío espacio pensaban en instalar una sonda que sorbiera el núcleo de la Tierra. Era necesario bajar para empezar los preparativos pero al llegar encontraron tanta desidia que se les contagió. El mayor invento humano de los últimos 20 años había sido un vaso caído sobre una mesilla, que hacía caer la sangría justo en los labios de los semiconscientes bebedores.
El Invierno quería acercarse y se arrastraba por el desierto. Algunos ojos se volvían hasta ponerse en blanco, las espaldas se derretían sobre las moquetas, los suicidas caían lentamente en el aire abrasador...
Córdoba les agradece su visita.