Nombres propios
Me acuerdo de Lope de Vega, mientras tanto. Con aquella frase perfecta para cerrar un soneto: "Quien lo probó, lo sabe" Quien la vio sonreír, quien sabe que no la merezco. ¿Quién sabe?
Si es partícipe, se convierte en protagonista, no puede salir sin quedar clavada... Es casi el día de San Valentín y me prometí no hablar de ella entonces.
Pero esta noche previa a un examen debo hablar de margaritas, de infamia y de cultura.
De la Gramática de Chomsky, a través de las asignaturas universitarias, siempre buscando eludir la fuente (Sócrates sin Sócrates, Hitler sin el Mein Kampf). De la flor idiota de la mata grasienta. De los asesinables forúnculos con los labios pintados. Me equivoqué cuando dije que me equivocaba, y los artistas se salieron con la suya aunque Arte sea todo aquello que esquiva su propósito. No les empujaría nunca a regalar sus obras, pero ellos cobran por lo que no queremos pagarles. Ya sabéis que les deseo a todos mucho Lagarto. Hay dos posts muy seguidos sobre el tema. No quiero acabar como Lenny Bruce antes de haber sido mucho menos de lo que él fue, ni como Pla, ni como nadie.
Pérez-Reverte finge ser entrevistado y nos quiere salvar con superficiales, poco estructuradas, nada inteligentes reflexiones acerca de la envidia española. Maragall no tiene Alzheimer, sólo busca que lo abracen. Pokémon de un amarillo brillante saltan lanzando gruesos rayos de energía. Twitter se llena de opiniones que comparto. Otra manera de encontrar reafirmación, supongo.
Y yo me aburro sin mayúsculas, así que me piro a Mesopotamia, un lugar de trinidades según la autora del único libro que leí sobre el tema. Parece que tiene razón, o buscaron pautas, o lo que sea. Ella escribe bien, sabe explicarse para ser profesora. Y sin resultar demasiado amena, lo que hace que todo suene más didáctico.
El cansancio aparece para desvestir la última palabra de esta noche. Me alejo del teclado antes de que sea aún más tarde.
Hasta mañana, imaginados.