Thursday, December 31, 2015

ACTO TERCERO: EL ILUSIONISTA

El coche patrulla aparcó en silencio. Lo primero que llamó la atención de la policía fue el extraño olor que se percibía incluso desde el jardín. Era una extraña mezcla entre la peste de la putrefacción y una mezcla de aroma a canela junto con algo que resultaba imposible de identificar y parecía cambiar de matiz conforme avanzaban.
No tuvieron que forzar la puerta, pues estaba abierta de par en par. Sobre la mesa del salón, tal y como aquella mujer había dicho, cuatro bolsas de piel en las que apenas se adivinaba una figura humana. Estaban hipnotizados por la grotesca escena cuando escucharon gritos en casa del vecino. Desenfundaron las armas y volvieron a toda prisa al coche patrulla a dar parte por la radio.

VOZ DE LA CASA: Te reconozco, ilusionista.
FRANCISCO: ¡Por fin! ¡Una voz! ¿Tan difícil era? Debe ser agobiante no poder hablar con nadie. Sabía que no desperdiciarías la oportunidad de hacerlo.
VOZ: Mis cuerdas vocales no están completas.
FRANCISCO: ¿Te refieres a esas cosas?
Señaló lo que a primera vista parecían intestinos entrelazados, nacidos del techo de la habitación e incrustados en el suelo. Cuando la voz hablaba, éstos vibraban.
VOZ: Necesito más carne.
FRANCISCO: Sabes que no puedo dejarte. Demasiado evidente. Cosas como ésta nos ponen a todos en peligro. Y has matado. Eso tampoco puede quedar sin castigo.
VOZ: Yo no quería matar a nadie, sólo intento sobrevivir.
FRANCISCO: Deberías haber hablado con nosotros antes.
VOZ: No sabía encontraros. Ni siquiera sabía por dónde empezar.
Los muros de la casa se estremecieron cuando la voz, grave y metálica, comenzó a sollozar.
FRANCISCO: Me gustaría que hubiera otra solución, pero ahora mismo sólo se me ocurre la evidente. Y... dices que te conozco ¿De qué te conozco?
VOZ: Una vez fui una preciosa jovencita rubia...
FRANCISCO: ¿En serio? ¿Sally?
VOZ: La que cayó al pozo...
FRANCISCO: La que cayó al pozo. Sí, me acuerdo. La caprichosa y malcriada estúpida y avariciosa Sally, que creyó ver en el fondo del pozo un anillo y cuando se inclinaba a mirar mejor...
VOZ: El pozo me engulló.
FRANCISCO: Casi lo entiendo. Los agujeros caníbales de Inistioge. A veces parecen vírgenes blancas, a veces parecen jóvenes apuestos y a veces... pozos con anillos de oro en el fondo. Intenté sacarte.
VOZ: Lo sé. Te pido perdón por haberte insultado. Estaba asustada. Yo sólo quiero volver a ser como era. Pero voy muy lenta y la carne es difícil.
FRANCISCO: Lo es, sí. Pudimos matar al agujero. Tu cuerpo quedó destrozado y tu mente, por lo que veo, sólo a medio digerir. ¿Cómo llegaste aquí?
VOZ: En una araña. En dos abejas. En un perro. En un pájaro. En otro perro. Fui dando saltos. Hasta que descubrí que podía hacer mis propias patas, mis propios tendones, mis propios aguijones... pero no funcionan. No como deberían.
FRANCISCO: Comes carne, conviertes carne, pero la carne es difícil. Tienes el poder, pero te falta el conocimiento.
VOZ: Mi último experimento está en el baño, por si quieres verlo.
Francisco abrió la puerta del baño y observó que había sangre seca alrededor de la taza del váter.
VOZ: Abre la tapa.
Y al abrirla descubrió lo que parecía medio cerebro ensangrentado y palpitante, sostenido por venas retorcidas y agujereadas, supurantes de un líquido marrón.
Francisco: Muy bonito.
VOZ: ¿A que sí? Cada vez me salen mejor. Y con más carne podría hacerme un nuevo cuerpo ¿verdad?
FRANCISCO: Teóricamente, sí. En la práctica es casi imposible. La forma es asequible, pero la función...
VOZ: Lo sé, ese cerebro piensa raro. Ideas horribles sobre devorar orfanatos ¡Debes ayudarme!
Francisco se quedó un minuto en silencio, pensando.
FRANCISCO: La policía viene hacia aquí.
VOZ: Puedo...
FRANCISCO: Ni se te ocurra. Bajo ningún concepto habrá hoy más muertes.
VOZ: Está bien.
FRANCISCO: Tenemos que salir de aquí sin que nos vean. Llegar al gremio y buscarte un lugar donde poco a poco puedas recomponerte. No hay ninguna necesidad de que la carne con la que te reconstruyas sea humana ¿Entiendes?
VOZ: Pero en las películas...
FRANCISCO: Siempre lo mismo... Todos los aspirantes a monstruo con sus ideas sacadas de películas de terror sobre cómo deben comportarse y a cuánta sangre deben chupar para seguir vivos.
VOZ: Lo siento. Yo no quería hacerle daño a nadie...
FRANCISCO:  Creo que he oído un coche aparcando fuera. Primero irán a la casa donde estuve yo y después vendrán aquí. Hay que transportarte.
VOZ: ¿Qué tengo que hacer?
FRANCISCO: Tú nada. Pero yo... me temo que voy a tener que hacerme una pequeña mutilación. La mejor manera de asegurar que sobrevives es guardarte dentro de un pedazo de carne nuevo y con el tamaño que has cogido un insecto no bastará.
VOZ: Muchas gracias.
FRANCISCO: De nada.
Francisco saca una pequeña navaja del bolsillo trasero del pantalón. Se palpa las manos y empieza a cortarse una falange. A pesar de sus intentos, no puede evitar reprimir un grito. Cuando termina, muestra el trozo de su carne a la casa y le pide que entre, con lágrimas de dolor brotándole de los ojos. A pesar de lo cual, su mano está intacta y limpia de heridas.
VOZ: ¿Cómo?
FRANCISCO: No más preguntas ¡Entra!

CONTINUARÁ EN: "ACTO FINAL: LA HUIDA"