Friday, November 16, 2012

Noviembre

Noviembre nos ha caído encima con más nostalgia de la cuenta: Se acabaron los interminables paseos con el mar a un lado, las risas desatadas de los ingleses borrachos en sus terrazas, los niños en bicicleta, las canciones gomosas, el sudor y el apostar inútilmente por la chica guapa de la discoteca.
Se quedan los sombríos ancianos recogiendo la memoria del suelo, como una red con agujeros de dispar tamaño, los amantes comprometidos, la humildad de las paredes agrietadas y los charcos inmundos, agujeros negros en el pavimento. Se quedan los de siempre, para brindar por lo que les falta, que últimamente es demasiado.
Todos sabemos lo que esta época opina sobre negarse al cambio. Tenemos ejemplos de catástrofes en cada esquina: futuros prometedores que traicionan a quien quiso llegar a ellos, bifurcaciones, cauces imprevistos acompañados por el olor dulzón de despojos. Todo lo que llega debe irse o no haber estado aquí realmente. Sólo el giro persiste, navegar contra los inventos humanos: Cultura, camino, infinito.
Amor.
Cada vez que das un paso, un pedazo del mundo que dejas atrás se cae al vacío. Recordar es tirarse de espaldas a una piscina sin agua. Por eso no tiene ningún sentido pedir perdón a estas alturas. Lo que ya sucedió no ha sucedido nunca, aunque la sangre siga manchando el mármol, por más que sus gritos todavía retumben en vuestros oídos. La maté porque la amaba, pero ninguno de estos pequeños hechos tiene importancia, la maté porque era Noviembre y un frío rojo bajo las sábanas se extendía.
¿Quieren oírmelo decir? Siempre quiso pertenecerme y en mi libertad estuvo disponer de su cuerpo, hasta su propia extinción.
Ahora ya no queda de ella nada: un rostro vuelto hacia la mesa, uñas pintadas de violeta y vestido marrón a juego con el zapato que sigue calzado, mudez. Ustedes deberían irse a dormir también, por cierto. Lo sucedido es demasiado irrelevante y resulta indemostrable, aunque tengan todas las pruebas, mi confesión o mil testigos. Sus mejores teorías se reducen a un baile entre neuronas, desconocimiento disfrazado.
Así que váyanse y duerman tranquilos. Me encargaré de limpiar los restos, de enterrar el cadáver, de realizar los hechizos para que no se aparezca su fantasma.
Porque es tarde, descansen. Apartando con las velas las sombras de los pasillos, hasta cada dormitorio, desde donde no se escucharán más gritos por esta noche pues, si algo más sucede, será el olvido.