Monday, October 19, 2015

ACTO PRIMERO: LA VISITA

TV: ... en las principales ciudades andaluzas. Según la última encuesta...
HERMANA: Ya están llegando. Tuvieron que parar en la gasolinera y parece ser que Francisco ha tenido movida con el dependiente.
MARIDO, pasándose la mano por la barriga: ¿Crees que estoy más gordo, cariño?
HERMANA: Estás como siempre, cariño.
MARIDO: La edad es un asco.
HERMANA: Cariño, estoy terminando con el puré ¿Te importa llamar a los niños?
MARIDO: Voy.
Se asoma y pega un par de gritos. Se escuchan pasos rápidos por las escaleras.
MARIDO, a los niños: ¿Dónde está vuestro hermano?
NIÑA REPELENTE: Está con el videojuego.
MARIDO: ¡Javier! ¡Baja ahora mismo!
JAVIER: Un minuto.
MARIDO: ¡Ni un minuto ni medio minuto! ¡Tu tía ya está llegando!
A su esposa: ¿Crees que vendrá con otro negro?
HERMANA: Con ese nombre, no creo. Bueno, podría ser un machupino de ésos.
MARIDO: Ja, ja, ja, tú te llevaste al último bueno.
HERMANA: No seas malo. A la pobre le cuesta mucho encontrar a alguien. Por lo del sobrepeso...
MARIDO: Y porque está como un cencerro.
Suena el timbre de la puerta
HERMANA: Ve a abrir...
MARIDO: Estoy yendo... ¡Javier! ¡Que no tenga yo que subir!
JAVIER, bajando con desánimo las escaleras: Joder, que ya estaba terminando.

Se abre la puerta

AMPARO: ¡Cuñado!
MARIDO: ¡Cuñada! Pero ¿Qué traes ahí? No tenías que molestarte.
AMPARO: No es molestia. Se trata de un vino que hace uno de mis compañeros del taller de espiritualidad. Es bueno para las obsesiones.
MARIDO: Fantástico. Pues ¡muchas gracias! ¿Y esto del fondo?
AMPARO: Uñas.
MARIDO: ¡Ah! - Se retira mientras no deja de mirar el fondo de la botella con una mezcla de asco y fascinación.
HERMANA: ¡Amparo! ¡Pero cómo has adelgazado!
AMPARO:  Sólo un par de kilitos. Y es que no paro - Guiño cómplice.
HERMANA: Ja, ja. Ya entiendo. Por cierto ¿Dónde está?
AMPARO: Está aparcando el coche, sube en seguida. Por cierto ¿dónde están los niños?
HERMANA: Ya sabes cómo son. Espera que los llamo ¡Niños!
¡Niños!

A pocos metros de la casa, Francisco Alaminos abre los ojos y se mira las manos mientras musita:
- Me pregunto qué extrañas circunstancias, que invisibles barreras a la normalidad se erigen en esa fábrica de demencia disfrazada de casa. Enganchar a la mujer del tinte ha sido una suerte, pues en ella estaba el débil trazo del impulso paranormal, de la acechante bestia bárbara de lo imposible. Pero he de disimular, he de ser como un gato enroscado. No pueden sospechar que he llegado a sus vidas para algo distinto a hacerle el dulce amor a Amparo ¿Amparo? ¿Quién nos amparará si las fuerzas contenidas entre esas paredes se desatan? Mejor será que aparque.

Dentro del salón:
HERMANA: Pues me la crucé por la calle el otro día. Ni media palabra.
AMPARO: Siempre ha sido una idiota, y con los años se ha vuelto peor.
HERMANA: Y mira que la ayudamos cuando nos necesitó. Pero es que de eso no quiere acordarse.
AMPARO: Mira, las cosas pasan por algo, y ya se arrepentirá cuando vuelva a querer algo de vosotros.
HERMANA: Desde luego. Para ONG está Cáritas.
Suena el timbre
AMPARO: Ése debe ser él
HERMANA: Cariño...
MARIDO: Ya voy, ya voy... Me tiro el día abriendo y cerrando puertas.

En el contorno de la puerta, frente a frente, un hombre sonrosado, de calva opaca, mirada tranquila y grandes manos. Frente a él, su invitado, Francisco Alaminos, de unos ochenta años, cuerpo encorvado y complexión huesuda, ojos apagados por las cataratas, labio torcido y con unos vellos nasales blancos tan largos que son mecidos por la suave brisa que sopla.

FRANCISCO: Mi nombre es Francisco Alaminos ¿Es ésta la casa de la hermana de Amparo y su marido?
Tras un titubeo:
MARIDO: Sí, por supuesto que lo es. Pasa hombre, te estábamos esperando.
FRANCISCO: ¿Dónde puedo dejar mi sombrero?
MARIDO: No llevas sombrero.
FRANCISCO: ¿Seguro?
MARIDO: Vaya, qué raro. Juraría que no llevabas.
FRANCISCO: Será la edad.
La sonrisa de Alaminos, desprovista de dientes, resulta extrañamente atractiva, a pesar de la decoloración de sus encías.
AMPARO: ¡Francisco! ¡Estamos encantados de conocerte! Por favor, pasa al salón. Iré trayendo la comida. Debes de tener hambre.
Amparo se mueve rápidamente hacia la cocina. Sólo un segundo mira a su marido y ambos coinciden sin hablar.
MARIDO: ¡Niños! ¿Dónde se han metido los niños? ¡Venid a conocer al... al amigo de vuestra tía!
AMPARO: Cariño, voy a ayudar a mi hermana a poner la mesa.
FRANCISCO: De acuerdo.

En la cocina:
AMPARO: Sé lo que estás pensando y me he dado cuenta de la miradita que os habéis intercambiado. ¿Algún problema?
HERMANA: Cariño, ningún problema. Es sólo que...
AMPARO: Sé que es un poco mayor ¿Vale?
HERMANA: Casi te dobla la edad.
AMPARO: Como te decía, sé que es un poco mayor pero ¿Y qué? Yo tampoco soy ya una jovencita, y él me quiere y me respeta y no tengo miedo de que se le crucen los cables y le dé por robarme la tele, como pasó con Mugumba. Tiene seguridad económica y en otros aspectos, por si te interesa, también me satisface completamente.
HERMANA: Por favor, no sigas. Para nosotros lo importante es que seas feliz.
AMPARO: Pues no lo parece.
HERMANA: Pero es así. Es lo que nos importa. Es sólo que nos ha sorprendido un poco que... Bueno, entiéndenos también.
AMPARO: Vale, mira, no pasa nada. Quizá yo también debería de haberos avisado para que no os sorprendiera tanto. Ya veréis como os gusta cuando le conozcáis.
HERMANA: Eso seguro.

Los niños están mirando al visitante fijamente. Francisco habla animadamente con el dueño de la casa:
FRANCISCO: Esta casa parece muy tranquila. Estáis lo suficientemente alejados del tráfico como para que no escuchéis nada.
MARIDO: Tráfico desde luego que no. El vecino sí resulta un poco escandaloso a veces.
FRANCISCO: Los vecinos ruidosos pueden ser muy molestos.
MARIDO: Yo le entiendo. Es joven, con casa propia, y los fines de semana la llena de amigos. También es que los tabiques no son demasiado buenos.
FRANCISCO: Entiendo.
HERMANA: Francisco ¿Te puedo llamar Paco? espero que te gusten el pavo y las gambas.
FRANCISCO: Me encantan.
JAVIER: Lo que no sé es cómo va a poder masticarlos.
MARIDO: ¡Javier!
FRANCISCO: Vaya, ja, ja, ja. No creo que eso sea ningún problema, muchacho.
Ríe mostrando una boca llena de dientes grandes y blancos.

Continuará en "ACTO SEGUNDO: LA CENA"