Friday, March 20, 2015

Sísifo vocacional

Érase una vez un imbécil que no salía de casa sin su piedra de cuatrocientos kilos. A veces la llevaba a la espalda, otras la empujaba con un carrito y en ocasiones el muy gilipollas la agarraba de manera que se le clavaban las aristas.
Algún amigo le quedaba, de ésos que hablan claro cuando uno menos quiere oírlo, y así le decía:
- ¿Por qué no sueltas la puta piedra?
A lo que él respondía negando con la cabeza y abrazándose más a ella. La gente lo miraba por la calle y él, con tal de que no se fijaran en la absurdez que representaba vestía colores chillones, hablaba raro o decía cosas chocantes. Pero al final lo mineral no resulta tan natural, y no distraía a nadie de su carga.
Un día el tipo estaba tomándose un café con sabor a felpudo de baño cuando entró por la puerta el amor de su vida. La reconoció en seguida porque debajo de la camiseta se intuía otro ñosco de tamaño similar al suyo.
- Que no engañas a nadie, desgraciá - Fueron sus palabras.
Y ella lo miró y le dijo:
- Ay, qué tonto, ¿por qué llevas esa cacho de lasca a una cafetería? ¿Es que quieres que la gente se pregunte por ella? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh?
- La llevo yo como llevas tú la tuya.
- No sé a qué te refieres - Dijo bajándose un poco más la camiseta, por si algo le asomaba.
- Mira, no te hagas la tonta conmigo. Yo creo que tú y yo podemos hacer algo genial con lo que tenemos adosado ¿Qué tal si tú me regalas tu piedra y yo te regalo la mía? Será el mismo peso, pero por lo menos variamos.
La muchacha parecía estar haciendo cálculos con la mirada.
- Responde, que me tengo que ir a jugar al badmington.
- Venga, vale. Intercambio de piedras. Pero una cosa.
- ¿Cuala?
- Que tengo que mear. Te dejo aquí mi piedra un ratito, así de buen rollo y tú le echas un ojo para que no me la roben. En seguida vuelvo y consumamos el intercambio.
- Me parece perita.
Y pasaron todas las horas de la tarde. El otro ya tenía mucha más cara de tonto que al entrar. Las camareras se le ponían al lado y emitían sonoros:
- ¡Ejem! ¡Ejem!
Mientras se tocaban con la uña pintada un reloj de muñeca imaginado.
- Ésta no vuelve - Se dijo el tonto del culo. Y, como no parecía ya lo bastante subnormal* con una piedra, le dio por coger las dos. La suya y la de la que se había escapado por la ventanilla del baño para ir a bailar flamenco.
Y ahí lo ves. Con sus dos piedras, paseando. Ya ni disimula y casi las exhibe. Pero claro que hay una razón, porque siempre hay una.
Si las lleva a todas partes, si se produce luxaciones y esguinces para mantenerlas en movimiento es porque tiene miedo. Miedo a soltarlas y que se le caigan en un pie. A lo mejor algún día aprende que se va más ligero con las manos vacías y que los pies se curan. No, ¿qué va a aprender?, ya hemos dejado claro que no es ningún genio.

*La subnormalidad no es una enfermedad, RAE dixit.