Sunday, August 18, 2013

Ruptura

¿No os ha sucedido alguna vez el veros incapaces de distinguir entre unos sentimientos y otros? Y, movidos por esta misma angustiosa sensación ¿no habéis inventado las más dispares interpretaciones a vuestro estado? La historia que comenzó hará unos dos años y medio terminó para siempre hace una semana. No sé si siento dolor, esperanza o vacío pero creo que, por encima de todo, tengo miedo.
Con ella, con Rocío, he llegado a conocerme mejor de lo que lo habría hecho sólo a través de esa reflexión laberíntica en la que a veces me pierdo. He descubierto que, contra lo que siempre me había parecido, no soy un solitario. También he descubierto cuáles son los límites contra los que mi amor empieza a flaquear: Sé que no me gusta que me impongan nada, ni lo más nimio. Me doy cuenta de que valoro cosas que hubiera tenido por accesorias en otra época y que ahora me encuentro en una necesidad mucho más compleja y difícil de satisfacer.
Porque pienso que una relación acaba siendo un juego de expectativas. Ella tuvo las suyas y yo no las cumplí, como las mías, que solían quedar mal reprimidas, empujándome a tratar la relación como he aprendido a gestionar los temas del trabajo: con insistencia.
Pero no fue culpa mía: Yo reaccioné. Tampoco fue culpa de ella: Reaccionó a su entorno. ¿Cómo puede entonces el amor superar a la realidad en tantas batallas? ¿Por qué no ha sido así en nuestro caso? La respuesta debe ser que hubo en momento en que dejó de haberlo. Existían palabras, rituales y una monotonía asfixiante. De trabajar iba a visitar a su padre y, al llegar a casa, su prioridad era un juego de ordenador pensado para niñas de quince años. Esto último era un síntoma que yo no supe cómo tratar. Yo llegaba del trabajo y, cuando tenía alguna tarde libre, me dedicaba también al ordenador y a esperarla. Pero todo nuestro contacto durante la semana era un beso al día. Y después, los fines de semana... nada. Los fines de semana si ella quería quedarse con su juego, yo me iba a beber con mis amigos. El Sábado y el Domingo estaban reservados a compromisos familiares en los que intentaba no participar (Pues no había ninguna afinidad entre su familia y yo) cuando ella esperaba que lo hiciera de buen grado. Y, a veces, algún plan que nunca surgía del consenso y que se convertía en otra obligación cumplida para esquivar los reproches. Y, a pesar de todo, creía que la quería. Aún lo creo, de hecho. Pero una relación así obliga a que alguno de los dos se sacrifique completamente. Cada uno tenemos una idea distinta de lo que es el amor. La mía es que a la pareja también hay que atenderla y que no se la puede aparcar por mala que sea la situación individual, porque hasta el concepto de individuo debería disolverse en el contexto de una relación. Muchas veces hasta tenía que mendigar una simple conversación, pero de lo que hablábamos cuando lo hacíamos (Familia y trabajo) para mí no era más que continuar con esa misma rutina.
Y aquí entra en juego el miedo, porque esto debería de haber terminado mucho antes. Durante el último año, a juzgar por todas las señales, ella necesitó a su lado una copia de sí misma o la inofensiva soledad. A quien tuvo fue a mí, lo contrario de una persona inofensiva. Ninguno estaba dispuesto a inmolarse para mantener algo artificial a flote. Ha sido mi miedo, sin embargo, el que ha hecho que ella tenga la última palabra.
Quiero enamorarme de nuevo. Sé que es pronto para siquiera pensarlo, pero es a lo que me llama el corazón ahora. Tengo una absoluta necesidad de querer y de que me quieran. De dar y recibir y de volver a convivir con alguien para crear nuevos recuerdos. Me doy cuenta de que tendré que buscar nuevos medios de conocer gente, tan cerrado como soy. Pero necesito a alguien para ser completamente feliz, a alguien a quien tendré que entender antes de amar y no al revés como hasta ahora.