Wednesday, February 06, 2008

Tú te lo buscaste

Vanessa miró a los lados, su labio temblabla. Los monjes, con sus ojos tapados por las rojas capuchas, permanecían impasibles, cirio en mano.
- ¿Por qué? - Preguntó llorosa - ¿Por qué tenéis que matarme?
Encima de la mesa, el contrato que había firmado con la BBK, rubricado con la sangre de la pálida Directora, ya seca, hacía más de un año. Los extraños monjes formaban un semicírculo que le impediría huir si lo intentaba, y a su espalda sólo había una pared sin ventanas.
- Venderé más seguros, lo juro. Trabajaré gratis. Haré lo que sea. Sé chuparla muy bien. Me arrancaré los dientes para chuparla mejor. Y así podré conseguir un mejor diferencial en las operaciones de activo.
De repente y a la vez, los monjes empezaron a dar pasos hacia ella. Con lentitud pero con decisión. Los ojos de Vanessa estaban desorbitados. El puñal de los sacrificios penetrando en su vientre fue lo último que vio antes de caer muerta.

Un año antes:
- Estúpido Subdirector - dijo Vanessa mientras pateaba a su honrado y atractivo subordinado - te he dicho miles de veces que lo que quieran los clientes no importa. Yo soy un ser superior y por eso puedo contratarle a quien quiera lo que sea.
- Pero esos pobres clientes no tendrán qué comer si traspasas toda su nómina a un plan de pensiones. - Arguyó el empleado.
- ¿Qué? ¿Cómo osas dudar de lo que te digo? Yo trabajo en un Banco, por lo tanto odio a la Humanidad y quiero verles sufrir por no poder pagar sus deudas. Los quiero ver llorando a mis pies. Eso es algo que me pone cachonda. Por eso, cuando estoy así, me meto polos de helado en la vagina para templarme.
- ¡Pero haciendo eso te harás daño en tu sensible vulva!
Vanessa respondió con un puntapié en la espalda del pobre hombre, quien intentaba aferrarse a su maltratada dignidad reprimiendo las lágrimas.
- Mi vulva es indestructible. Como toda yo. Por tu insistencia en contradecirme no tengo más remedio que usar la fusta. Esclavo... ¡Esclavo!
A la orden de su jefa, en el despacho entra un pequeño hombrecillo, de no más de medio metro de altura, únicamente ataviado con un calzón de terciopelo y llevando una fusta en la mano.
- Este ser inferior insiste en no someterse a mi volun...
El teléfono suena, interrumpiendo el discurso de Vanessa:
- ¿Sí? ¿Sí? Oh, qué gran oferta ¿Con una parte del impuesto revolucionario? Maravilloso. Firmaré, firmaré.
- Cretinos, alegraros por vuestra Diosa, he sido seleccionada por una de las cajas más importantes del Infierno. Me pagan más y todos los meses me mandan por valija un bebé y un barreño de agua para que haga lo que quiera con ellos.
Así que me voy. Estoy segura de que (Y es raro que me dé por decir esto) pase lo que pase, nunca me apuñalarán unos monjes sedientos de sangre.

Sí, amigos, esa fue la última frase que oyeron de Vanessa sus antiguos compañeros. Resulta irónico ¿Verdad?