Wednesday, November 26, 2014

Vueltas

Nunca vuelvo de un paseo por el pinar a las doce y media si no me empuja el miedo a hacerlo. En los bancos de madera que acompañan a las barbacoas instaladas por el ayuntamiento, los niños dibujan pentagramas al lado de dos nombres propios recogidos en un corazón. El perro sólo se inquieta cuando pasamos por delante de las casetas de la feria. A veces hay rostros en las ventanas preguntándose quién soy. Otras el viento engaña.
Reflexiono sobre la agresividad que parece empujar al pueblo (¡Oh, el pueblo!) últimamente. Me incluyo, por supuesto, demasiado propenso a los juicios de valor y a las críticas no solicitadas. Es una pelota que nos vamos pasando los unos a los otros y que cada vez se hace más grande. ¿Cómo se llamaba ese juguete absurdo que, además, no funcionaba? Ah, sí, la bola loca. Creo recordar que estaba hecha con plástico duro. Lanzada con la suficente saña, dolía. Hay que seguir gritando por la concordia. Como es sabido, basta con invocar mediante la palabra a las buenas intenciones para que éstas se materialicen. Los trabajos son cosa del mal. Los hombres buenos sólo hablan. El pueblo necio se pasa la bola loca.
Un viejo diálogo interno se ha renovado gracias a la nueva carrera: ¿Se pueden abarcar las connotaciones en un sistema de verdad de dos valores? "El perro es azul" implica la referencia a conceptos y la coherencia interna de un enunciado mediante sus conectivas. Pero el sustrato denotativo es la parte mínima en la comunicación. Intuyo que no es suficiente, pero la multiplicidad se puede emular combinando los síes y los noes para construir las palabras. Sólo que la verdad entonces debe perder su sentido, porque lo que es pieza no puede ser destino.
Si consigo los dos detalles que me faltan, si logro mi propósito y bato mi marca retorcida, antes de que acabe el próximo mes tendré escrito un relato algo más largo de lo normal y decididamente delirante. Hay nuevas fuentes de inspiración y mejores motivos para hacerlo que en mucho tiempo. Pero me divierto y me distraigo y, a veces, me tumbo a mirar el techo. Estoy a dieta de cómics.
Sobre los golpes de efecto: No consigo disfrutar de nada que no los contenga. Incluyo las epifanías y a la impredicibilidad de lo absolutamente predecible. Historias que terminan con un "Y el albañil puso el último ladrillo del muro". Mostrar ingenio en un primer capítulo es un absurdo derroche. Mucho mejor resulta parir algo reptante y pegajoso, para al final pegarle un hachazo. ¡Sorpresa, tu mujer era el Behemoth todo este tiempo! Lo que no acaba en explosión es anticlimático.