Wednesday, September 05, 2012

Subiendo la calle del Julia

Ahora lo quiero recordar como un tiempo necesario, como si este presente del que las dudas no se alejan completamente fuera el efecto ineludible de una historia por la que llegué a metas y superé obstáculos, cuando no me da por pintarlo como una fase de sacrificios. Pero, aunque un mal modelo de causas quiera machacar la imaginación y convertir lo abstracto en plausible, resultaría difícil entender mi comportamiento, mis conflictos y mis contradicciones sin tener en cuenta lo indefinido que me hallaba entonces y sin saber que había una chica que no me quería como yo a ella.
A través de la ventana de su habitación veía como su perra empujaba con la cabeza el plato de comida. Desde el ángulo en el que me encontraba no podía ver a la madre de mi amiga acercarse con el paquete de pienso. Había acabado hiponotizado por el comportamiento del animal, pero antes de eso estaba usando la débil reflectividad del cristal para ensayar otra sonrisa, una que no enseñara tantos dientes.
- La media sonrisa de Clark Gable sería perfecta.
- ¿Decías? - Ella levantó la mirada del álbum de fotos.
- Nada. Tu madre le está echando de comer al perro.
Me miró no sabiendo si debía interpretarme. Hacía unos meses había querido convencerla de lo complicado que resultaba conocer mis motivaciones, porque me gustaba que los demás no pudieran acceder a mi rica vida interior y también le había dicho que mi psicología estaba influida por un horizonte metafórico distinto o algo así. Me había convencido de que "complicado" podía llegar a significar "interesante" y entre mis amigas se escuchaba aquello de "Es feo pero interesante". Bueno, yo cumplía con una de las condiciones necesarias para que me encajaran la frase así que empecé a mirar hacia puntos perdidos como en el cuento de Chéjov, a suspirar cuando veía la luna, a enfadarme sin causa aparente y a intentar no mostrarme ansioso cuando tenía la oportunidad de abrazarla. En mi soledad, sin embargo, seguía disfrutando de maratones de videojuegos y películas de terror de las que enseñan tetas.
- Bueno, - dijo alegremente - ¿quieres ver fotos?
Me pregunté si debía contestarle, si responder a una pregunta banal era propio de gente tan especial como yo debía aparentar ser.
- ¿Quieres verlas? - Volvió a preguntar. Me acerqué sin decir nada. Luego comenzó a señalar rostros, a decir nombres, a contar anécdotas y a explicar comportamientos. - ... y este es mi tío Alfredo, que tiene un bar en Archidona y al que le pegaron una puñalada hace tres meses. Ya te conté que se le había quedado parado un brazo. A ver quién más hay por aquí.
Su padre, joven, con el uniforme de la mili puesto.
- El capullo - dijo, y siguió enseñándome fotos mientras yo intentaba disimular que respiraba más profundamente porque la estaba oliendo.
Ver la imagen de su padre había hecho que cambiara un poco el tono de voz. Normalmente miraba directamente a los ojos. Después de cualquier cosa que se lo recordara, pasaba a esquivar el contacto visual girando con la cabeza, como si negara
A pesar de todas nuestras confidencias, nunca llegué a saber el alcance de lo que sucedió en su familia. Tenía, no obstante, mis propias teorías, pues a su madre sí creía conocerla lo suficiente y mis instintos me decían que era en parte víctima y en parte responsable de las neurosis de su propia hija. Estaba tan obsesionada con parecer mucho más joven de lo que era, que no le importaba sacrificar el pudor y la elegancia de los años. A todos los que la conocían les resultaba imposible evitar juzgarla, pero yo pensaba que todo eso había venido como consecuencia de algo que no querían nombrar, por si despertaba. En sus ojos se seguía leyendo un desafío a alguien que ya no estaba allí, antes que esperanza en que lo porvenir curara las heridas.
La musa de tantos de mis malos poemas seguía pasando las hojas hasta que, de improviso, cerró el álbum y me miró:
- Tío, tuve un sueño rarísimo el otro día.
Estos eran para mí los mejores momentos, aquellos en los que se abría, aquellos en los que me parecía avanzar hacia algo. Era entrar en su mundo, no podía interpretarlo de manera distinta. Cualquiera de estos acercamientos verbales, cualquiera de estos días, desembocaría en un beso.
- Yo estaba en una cama, atada.
Sudores.
- Y, de repente, las baldosas empezaron a romperse o a abrirse. Era una cosa muy rara, porque se abrían sin abrirse.
Arqueé una ceja, era mi manera de indicarle que prosiguiera sin estropear el momento con los cientos de comentarios "chistosos" que se empujaban contra mi boca.
- Entonces, de las baldosas que se abrían empezaron a salir penes.
Oh, Dios mío, me está hablando de sexo.
- Eran muy chiquitillos, y se movían usando como pies los... los testículos y, entonces empezaron a abrir la boca.
No supe cómo mirarla.
- Y tenían la boca llena de dientes. Unos dientes afilados, y entonces empezaron a comerme por los pies y, bueno, me desperté. ¿Cómo lo interpretas?
La pregunta que estaba temiendo, aquí era donde yo tenía que construir la frase perfecta, una lo suficientemente cerrada como para que dejáramos de hablar de penes antropófagos pero lo suficientemente abierta como para que pudiéramos seguir con el tema del sexo, porque, remotamente, podría conducir a una oportunidad de ésas que surgen en las viejas películas para que el protagonista siga diciendo lo adecuado y, a pesar de sus limitaciones y de la falta de precedentes, consiga al final a la mujer de sus sueños y todo se cierre en perfecto romanticismo e irrompible (adolescente) unión:
- Pueden ser muchas cosas. - Respondí.
Ella me miró. En sus ojos quise ver conflicto interior y deseo, su boca les devolvió la opacidad:
- ¡Pichas cabronas!

Está empezando a oscurecer. Una de las cosas que más me gustan de ella es que nunca me pide que me vaya, siempre está disponible para hablar, a cualquier hora. Años después entenderé lo mucho que necesitaba ser escuchada, pero no lo que yo quería ofrecerle. Cuando vuelva a casa esa noche mi cabeza diseñará estrategias que proyecten al hombre al que creo que quiere conocer. Pienso que tengo todas las pistas, toda la información, ella me la da porque soy su mejor amigo. No haberla besado todavía no es más que el resultado de haber estado empleando estrategias equivocadas, todo está en mi mano. Puedo hacerlo todo, puedo ser cualquiera y, ni las circunstancias ni otras expectativas deben de alejarme de mi fin.
Un año después ella se acostaba en el regazo de un muchacho que sabía bailar y hacía deporte, que no leía artículos de psicología, que no miraba la luna, que no sabía distinguir un adverbio de un adjetivo, que dio paso a otro que se le parecía. Mi memoria no puede ir más allá porque acabé descubriéndome a mí mismo el día en que le dije:
- Necesito no volver a verte.
- Lo comprendo.
Y un año después, cuando me engañaba diciéndome que ya no podía dolerme y era el momento de volver a verla, no me quiso coger el teléfono. Y yo la comprendí a ella.

No recuerdo si fueron años felices porque más que nada fueron turbios. De su casa a la mía había una hora andando. Siempre era yo el que volvía sólo.

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