Tuesday, April 10, 2012

Lápices de color rojo intenso

Dispuso sobre la mesa, sin orden particular, un millón de lápices rojos. El auto-foto ávidamente captaba cada imagen de la secuencia sin que el Relator interrumpiera, incapaz por el momento de dar coherencia a la escena.
Torwald preguntó a través de su máscara: - Si este experimento no es mental, no obtendremos los fondos que necesitamos.
- Amigo - Respondió Sintac tras colocar el último lápiz rojo formando una cruz con el penúltimo - Como científicos nos debemos siempre al giro y es nuestra obligación combatir las modas, por más que esta tendencia pasada haya sido tan fructífera. Ha llegado el momento, declaro, de usar las manos en lugar de estas magníficas chisteras amplificadoras del pensamiento.
- ¿Y los monóculos de visión nocturna?
- Incluso las ruedas de bicicleta como máquinas sutiles de rotación de sistemas sublunares imaginarios.
- Impresionante encaje de palabras.
- No me será tan fácil hablar de manera delicadamente incomprensible cuando haya sustituido la ampliación de RAM de mi cerebro por este minúsculo chip en modo "eco".
- ¿Y cuál es el propósito del intercambio? - Inquirió Torwald.
- Su única función consiste en repetirme constantemente mis propias ideas para obligarme a pensar que son las únicas posibles.
- ¡Oh!

- Y ahora que toda mi estupidez está concentrada. Torwald, por favor, acércame la gorra Canífera Verdiazulada con logotipo de marca estampada.
- Aquí tiene, profesor.
- Comprendan antes de que dé el último paso en mi conversión que esta operación no tiene el menor sentido: Es mi propósito demostrar que, llegados a este punto de perfección humana a nuestra Sociedad sin hambre, guerras y con armoniosos artefactos trabajando en las calles por nosotros sólo le queda degradarse y volver a viejos rencores. Derrochar inteligencia, arrojar el conocimiento por el sumidero, recrearse en la degeneración y dar paso a escritores malditos propensos a marginar a las palabras entre innumerables signos de puntuación.
Estos lápices rojos son, cada uno, un punto suspensivo. Les presento... la muerte de mi cerebro:

El profesor Sintac sacó una jaula de debajo de la mesa. Abrió la puertecilla y dejó salir a un gato de aspecto triste, al cual colocó sobre los lápices aleatoriamente dispuestos, asegurándose que todas sus patas estaban sobre, al menos, uno de los lápices. Al soltarlo, el animal intentó caminar torpemente pero la inestabilidad de su soporte le hizo amagar una caída en dos ocasiones. En todo momento, pañuelo bordado con sus iniciales tapando la boca, el Profesor Torwald tosía una risa fingida y declamaba:
- Humor primario, humor primario, sientan sus mentes envejecer hacia el olvido.
El resto de asistentes, convencidos de que el eminente científico no podía equivocarse, se persuadieron de que estaban perdiendo la inteligencia y empezaron, con aspavientos, a demostrar su nueva condición de idiotas:
- Creo que los agujeros negros son manchas en las solapas de un traje fosforescente tejido por los ángeles para el mismísimo Dios. Ju, ju, ju.
- Estoy convencido de que las estética es un valor definitorio. Ji, ji, ji.
- Lírica es una marca de cerveza y quizá algo más, pero pretendo no saberlo porque estoy poco dotado intelectualmente, como demuestra mi risa, en la que las consonantes están mezcladas de manera absolutamente caótica: Ij, ij, ij.

- Bien - Sentenció el profesor. - Doy por finalizado el experimento, dejo la gorra sobre la mesa y me retracto de algunas de mis palabras: El mundo no está preparado para una estupidez semejante. Es demasiada degradación y conlleva demasiado poco esfuerzo. Lilian, por favor, toma al gato y llévalo donde pueda disfrutar de deliciosa carne y sorprendentes juegos. Después de lo que le he hecho, no soy capaz de mirarlo a los ojos sin sentirme terriblemente arrepentido.
El resto de alumnos permanecía en silencio, sintiéndose como monstruos de depravación. Alguno de ellos escribiría años más tarde en el Ultrasonovox: Aquel día violamos a la Mona Lisa antes de que fuera pintada,
Es conocida el resto de la historia, como algunos de ellos se retiraron a actividades menos peligrosas para el espíritu y cómo dejaron de celebrarse con té las hazañas científicas que se separaban de lo marcado por la Universidad de nácar. El relato que hoy les llega, apócrifo como otros tantos, indudablemente herético, es una advertencia contra las rupturas conceptuales. Prohibido sacarse revoluciones de la chistera.

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