Sunday, November 26, 2006

A veces...

... me gusta meter mi cuerpo por el auricular del teléfono, y viajar por la línea, a través de las conversaciones, intentando no herirme con las letras.
Hecho carne de nuevo, suelo desembocar donde me pide el humor del que me encuentre. Al salón de una anciana llegué un día y, tras robar las cenizas de su marido, escapé por donde había llegado. Otra vez fui a parar a un cuartel y vi escenas completas de sodomía, mientras comía palomitas.
Hay quien ya me conoce y me teme o me persigue. He visto crucifijos y pistolas cerca de las mesas donde reposa el teléfono, calmantes, rostros difuminados por el odio hacia quien les invade.
Y también mujeres que duermen abrazadas al aparato, esperando que alguien las llame y surja yo también. Hubo quien me esperó desnuda pero siempre las encuentro dormidas. Así que doy marcha atrás, dejando una rosa o un calabacín, dependiendo del cuerpo que tenga la dama.
Ayer mismo me deslicé por una línea telefónica que hacía pendiente hacia abajo. Cuando por el auricular apareció mi cara, Satanás fingió no sorprenderse. Lo saludé amistosamente, y vi que no llevaba cuernos, ni perilla, ni siquiera un maletín con el logotipo de un Banco. Tenía la cara más vulgar y, por tanto, la más irreconocible. Me pareció un poco triste, así que conecté su línea con la del Teléfono de la Esperanza.
Ahora debo ir a dormir, pero estad atentos si se enciende un piloto de vivo color rojo en vuestro aparato. Soy yo haciendo una Barbacoa.

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