Thursday, May 31, 2012

Breve manual para vencer al relativismo

Este era un mundo en el que todos eran hipnotizadores, por lo que nadie podía estar seguro de haber formado su opinión en razón de su experiencia, de una reflexión o de que el tipo de bigote extraño y chistera que tuviera al lado le hubiera sacado hacía un momento un péndulo y hubiera estado jugando con su mente.
En aquel lugar, donde no se sabía si se era dueño de las propias ideas, la gente había decidido no juzgar a sus convecinos en razón de lo que pensaran, pues no podían tener seguridad de que las certezas de los otros no hubieran sido alguna vez las suyas, que hubieran traspasado mediante sugestión antes de ser ellos mismos hipnotizados y forzados a creer otras cosas.
Allí nació un niño que, de mayor, demostraría no haber heredado el don de la hipnosis de sus padres. Paradójicamente y ya de adulto, resultó ser el único que no ponía en duda sus propias ideas ni admitía que sus juicios proviniesen de otra fuente que no fuera la verdad absoluta. Tanto creía en sí mismo que decidió que los errores de los demás fueran castigados con la muerte y, entre la volubilidad de su pueblo, consiguió hacerse líder.
En el tiempo y como era de esperar en una nación de hipnotizadores, las irrebatibles ideas del Dictador cambiaban casi de día en día. Su vehemencia y sus métodos permanecían, no obstante.
Una mañana el asesino de masas despertó para descubrir que sólo quedaban vivos él y otra persona. Un tipo al que reconocía vagamente como también tenía la extraña sensación de haber sido una gallina picoteando maíz invisible del suelo el día anterior.
- ¿Quién eres? - Preguntó, extrañado.
- Alguien que te envidiaba y que no quería dudar más. - Y la extraña figura de la capa y el bigotillo ridículo se alejó de la cama del tirano haciendo un giro que hizo volar ligeramente su capa.
Al rato volvió y lo hipnotizó para hacerle creer que era una rana.
- ¡Croac, croac!

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