Thursday, August 17, 2006

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Hace unos años, un zombi escapó de un laboratorio. Llevaba una escalera, de esas largas, usadas para cortar las altas ramas de los árboles. Correr con una escalera a cuestas es complicado. Pero el zombi, en su condición de estúpido muerto viviente, no se daba cuenta de ello. Los militares que lo perseguían lo alcanzaron fácilmente y, cuando uno de ellos preguntó a otro:
- ¿Por qué demonios se llevaba el zombi la escalera?
El aludido, con el cerebro agusanado y voz entrecortada respondió:
- Quería... demostrar... una teoría.
Y aquella fue la génesis de lo que luego se dio en llamar "ciencia zombi".
En otra ocasión, siete zombis subieron a un avión. El que sabía pilotar había perdido las manos trasteando con un microondas, así que le daba instrucciones al copiloto, que era un torso con brazos y media cabeza de la que salía un líquido verde a presión en chorros intermitentes.
Dentro del amplio compartimento de carga, pues era un avión de mercanciás, los otros cinco zombis iban montados dentro de un coche. Cuando llegaron a la altitud convenida, se abrió la compuerta y el coche con los zombis dentro cayó al vacío, mientras uno de ellos cronometraba.
Entre los retorcidos hierros que quedaron del vehículo, salpicados de moco verde se halló la grabadora que hubiera recogido los resultados del experimento, de no ser porque se les había olvidado meter una cinta en ella.
Por todo el mundo los zombis repitieron absurdos experimentos en busca de las conclusiones que la ciencia tradicional desechaba por obvias. Zombis franceses demostraron con una regla y cien caniches que no todos los perros, aún perteneciendo a la misma raza, tienen el mismo tamaño.
Un zombi italiano reivindicó en el mismo mes ser inventor del agujero y descubridor del boca a boca.
Jesffrey Winston, zombi hecho Lord por la reina de Inglaterra después de que la mordiera una rata con sobredosis de productos químicos, inventó un arma revolucionaria. Básicamente una pistola de cañón invertido que disparaba a quien la usara. Cuando se convirtió en el arma preferida de los suicidas, Lord Winston renegó de ella, al considerarla excesivamente útil.
Años después de todo esto, vino el asunto de la invasión y de la purga de raza. La ciencia zombi quedó, definitivamente, encumbrada, derrocando la vía de Arquímedes o Newton, inauguraron su fortalecida disciplina con el adagio: "La ciencia no tiene que demostrar nada ¿Dónde están mis limones?"
Consecuentemente y gracias a que aproximadamente el 80% de la población estaba ya infectada en 1.990, se empezaron a tocar en los foros temas distintos a los científicos. De las nuevas tendencias surgieron figuras tan destacadas como Leonard McCarthy, primer pintor zombi en untilizar un pincel en lugar de su propio muñón cercenado para pintar. Jeremías Glimm, con la ayuda de su asistente, Watanabe Hueso, diseñó el edificio que albergaría la nueva sede del Gobierno sudafricano (El anterior fue destruido, resultado de "la batalla de la fiesta de la nata" en 1.994) El proyecto consistía, básicamente, en una manta de gigantescas proporciones, debajo de la cual se metían los dignatarios para debatir sobre los problemas sociales y económicos de la nación, como el paro y el desmembramiento espontáneo.
La poesía de Reneé Malone iluminaba aquellos días de despertar cultural. Su "Oda al delicioso cerebro caducado" sorprendió por la profundidad del mensaje que transmitía usando como único recurso la letra "a", formando con ella palabras de cuatro letras.
No obstante, este movimiento explosivo, este despertar en la búsqueda de la belleza, a aquellos artistas se les acusó, desde un incipiente sector crítico, de ser excesivamente celosos en las formas. Preocupándose, ante todo, de la técnica, y descuidando la chispa de la inspiración y la creatividad muchas veces.
Posteriormente, con el remitir de la plaga, el filósofo sudamericano Hugo García llegó a decir: "Buscaban el arte en la ciencia y la ciencia en el arte"
Después de unos años de esplendor y como era previsible, llegó la decadencia. Se reinventó el surrealismo en una época que no estaba preparada para ello. Cayeron pacíficas dictaduras, se instituyeron caóticas democracias y la plaga se fue como vino.
El olvido ha llegado a enterrar esa eclosión, se la asoció con las drogas y, peor aún, se le buscó un pretexto.
Cuando paseo por las ruinas de aquella vida anterior y mis dedos acarician la columna invisible o utilizo con respeto el medidor de vacíos, gran invento de la época que golpea el aire hasta chocar con algo, delimitando un espacio vacío, pienso en los padres de mi ciencia privada. Me emociono.
¿Resurgirán, algún día, aquellos tiempos?, me preguntaba entonces.
- Volverán, sin duda y para nuestro bien - Me respondo ahora mientras vierto la probeta en el depósito de agua.

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