Sunday, June 04, 2006

Mal acompañado

La importancia que le damos a los cambios, muerte ligera, y a los viajes, síntomas de no estar felices en el lugar donde se vive, a las mudanzas, a las distinciones y a las categorías. El derecho a ser animal de costumbres, por los suelos. Y la paz, el conocimiento que nos llega lentamente. Mis ideales han pasado de moda. Sólo porque posé la mirada en un sólo paisaje y juré no mover la vista hasta que no conociera cada brote de hierba. Pero todo a mi alrededor se movía. Sufro celos, sin estar enamorado, ni siquiera odio como antes. Y me voy secando por dentro, aunque nadie lo note, o no les importe.
Hoy he querido hacerle un homenaje a la inmortalidad, a los personajes que viven en la autopista. A los caminantes eternos, en pos de la Torre Oscura, buscando al asesino, al vampiro, al demonio que está dentro de ellos mismos. Hoy, a los 23 años me di cuenta de que no nací para estar sentado, de que este no es mi sitio, de que no estaré nunca completo si no vuelvo a una vieja costumbre.
Por eso, hinqué la rodilla y oré. Por eso estoy llorando por primera vez en quince años. Aunque esté mintiendo como siempre y nunca vaya a comprarme una moto. La aventura comienza cada domingo por la noche, y siempre termina en el mismo lugar, a la hora esperada.
Sé que necesito refrescar la mente, conocer el mundo y respirar los libros. Sé que no debo volver, porque nunca me moví de dónde estuve. Y que debo vencer el miedo.
El terror que me inunda cuando me planteo ser coherente.
La droga más dura que he conocido nunca, la que mejor anula y esclaviza, la que tomo siempre que puedo, la que está matando mi alma. La imbecilidad del que canta cuando está a oscuras. No quedan lugares en los que un hombre pequeño pueda respirar grandeza sin esperar a que le pregunten por su historia.
Este mundo es repugnante, está lleno de egoísmo y afán por imponerse a los demás. Estoy harto de tanta competitividad. Y de tanta competencia. Y de tanto dolor mal disimulado.
Seamos buenas personas, dejemos de arrancarnos los ojos. No clavemos puñales por la espalda, no nos mintamos a nosotros mismos, recuperemos la igualdad entre el ser y el aparentarse. Dejemos de ser relativos y cuestionables. Hagámosnos minerales.
Estoy desagradablemente dispuesto a querer, a abrirme. Que entre el aire y quien quiera que se deje arropar. Busco amigos y nunca fui exigente. Si acaso fingí serlo, para sembrar la duda, maleza entre la que me he movido.
Y no dejemos de decir a los demás lo que sabemos que les hará bien, tenemos la responsabilidad de hacer de este un mundo mejor, podemos si nos lo proponemos realmente.
Por mi trabajo, conozco a los miserables de cerca, suelen trabajar en oficinas como la mía, o vienen a exigir el último céntimo que les corresponda por sus ahorros. No los combatamos con la sonrisa aprobadora, confrontémoslos con el ejemplo de nuestro idealismo.
Se salvarán los que crean en el amor como único mandamiento posible.
Y que no haya borrones sobre la parte dolorosa del mensaje.

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