Wednesday, December 29, 2010

Fin de temporada

Ésta es una hora pésima, una de las peores del día. Junto con las siete\ocho de la tarde, que también son hostiles a la inspiración, al desahogo y a las erecciones. Son las malditas horas del parchís y la mesa camilla, de las películas sobre mujeres maltratadas y del olor a tierra de las macetas. Pero ¿Quién no ha tenido días enteros, semanas formadas por esas horas? En casa de la abuela difunta, viendo atardecer a través de las balconeras. Sintiendo como cruje la espalda con el peso de la mano de la muerte.
Se preguntan los perfectos porqué no pongo lámparas en el salón, manteles sobre las mesas, ¿Por qué no escondo los cables, archivo las historias, cambio al gato de nombre y cocino para dos? Para no llamar la atención de esas horas perdidas, es peor que aburguesarse, es enrocarse entre los muebles.
Como suave se mojan tus labios del Infierno, como recorro el camino tan corto de la autocompasión a la lujuria, estaré sentado delante de un vaso lleno de borrones (Eso me parecerán, ciego de imprudencia) y me dará igual que el mundo esté llenas de horas como ésas, acechantes. Ya me dijo un enemigo, hace tiempo, que no soy carne del Hogar del Jubilado. Morirás cada vez más joven.
Hasta el próximo año, si toca.

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