Tuesday, May 18, 2010

Capítulo 1: "Prisioneros de la luz"

Cian era el color que resaltaba, fondo de estrellas. Bajo la atmósfera muerta, cúpulas de un metal gris iridiscente. La hierba que medía los contornos despedía también una luz tóxica. Los animales llameaban, sus huellas dejaban abiertas en el suelo ventanas hacia una tempestad cromática, potente, persistente, peligrosa.
Dentro de las cúpulas se lloraba y se dormía, y se jugaba también a parar el tiempo. Estaban manchadas en el exterior por los reflejos de todo lo que las rodeaba. Algunas no se encontraban comunicadas ya, salvo por los canales de emergencia, porque la luz se había filtrado, rompiendo las redes, disolviendo los enlaces.
De la 7 no se tenía ya noticias. Constaba que en la 4 todos estaban muertos, o locos.
La Red era una antigua tecnología para proteger a la vida del color, o al color del desequilibrio, de la contaminación opaca de la carne.
Se reservaban canales para la comunicación entre los habitantes de las distintas cúpulas, tres de ellos eran para los Cancilleres, el resto se distribuían según proximidad. La cúpula 1 estaba en el centro, y la 14 era la más periférica, hasta el punto de depender de la intermediación de la 11 para sus conexiones a la Red y, parcialmente, de su suministro de energía. El mantenimiento de las redes, que pasaban a través de la superficie del planeta era imposible por razones obvias. Si un canal se rompía, no existía la manera de reactivarlo, y algunas cúpulas podían quedar completamente incomunicadas, como era el caso de la 7.
Los habitantes, malvivientes, se servían del esqueleto metálico de sus ancestros, de sus medios, sus fuentes de alimentación reciclables, su cultura embalsamada en libros incompletos.
Monitores en las paredes de aquellas cárceles reproducían continuamente imágenes falsas, paisajes prerenderizados. Muchos habían crecido sin saber que existía el exterior. A quienes se lo preguntaban, se les informaba rápidamente:
- Los colores de ahí fuera... nadie ha vuelto con vida. Ni siquiera podemos conectar cámaras.
Hacía años que nadie intentaba una expedición. Existía una ley, constituida por la necesidad. Pues aunque las cúpulas eran gigantescas, su tamaño no era infinito, y no tenían fuentes de explotación de recursos, salvo un complejo sistema de obtención de energía de las profundidades y la depuradora de agua. El plástico y el metal eran el recurso más escaso, el agua era reciclada con gran eficiencia, aunque, por suerte, la lluvia no estaba afectada por el mal del color y gracias a unos colectores situados en los techos de las estructuras, se contaba con reservas para veinte años.
Los hombres sabios temían el desastre. Pesaba la experiencia de la 4, de la que habían recibido información perturbadora, hasta el último minuto:
Todo empezó cuando un error en la ruta que debían seguir unas prospecciones llevó a los técnicos demasiado lejos, fuera del perímetro de contención y su sombra, hasta un tramo en que un pequeño agujero abierto en la tierra, de no más de un milímetro de grosor, permitió que entrara luz del exterior.
No hubiera sido tan terrible si aquel pequeño rayo luminoso no hubiera incidido sobre uno de los cristales de energía que esperaban su extracción. El cristal actuó como un prisma, y a la máxima velocidad posible, todo el lugar quedo inundado de luz viva.
Los mineros murieron o se volvieron locos. La 4 mandaba informes a las otras cúpulas sobre motines y desastres. Hombres enfebrecidos portando armas, cometiendo todo tipo de atrocidades, saboteando los sistemas de reciclaje, dejando entrar el color.
El resto de cúpulas establecieron protocolos, sistemas de contención de áreas, cámaras protegidas y canales privados con claves de emergencia y complejos dispositivos de control. Las prospecciones dejaron de extenderse, y se limitaron a extraer en vetas menos productivas pero seguras.
Fue entonces cuando, con mayor seriedad, hubo quien empezó a preguntarse por una solución a largo plazo:
La mayor limitación a la que se enfrentaban era la escasez de material, cuya consecuencia más trágica estribaba en la imposibilidad de poder emprender una expedición segura al exterior (Alguna vez se había intentado en el pasado, cuando no se era tan consciente de la limitación de los recursos) o, como se había planteado en alguna ocasión, la construcción de una nave que permitiera escapar del planeta.
El metal del que estaban hechas las cúpulas no se hallaba en las prospecciones. La ciencia que se había empleado para su construcción se había perdido. Así, los habitantes de aquel lugar maldito, de aquellos oasis rodeados de muerte, se limitaban a seguir respirando, a comer una pasta gris constituida por los microorganismos presentes en aire y en agua, prensados, repugnantes, a delirar y a consumirse, bajo el mortal color del cielo.
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Próximo capítulo: "La última llamada"

1 Comments:

Blogger la voz y la palabra said...

Me gusta, has conseguido engancharme. Espero el siguiente capítulo.

4:11 PM  

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