Despiertas y desayunas
Aquel fue el primer día en que J.A. se levantó apático. Luego vendrían otros muchos. La triste cafetera sobre el rojo de la vitrocerámica calentaba su contenido silenciosamente y J.A. echaba débiles miradas al periódico. Hacía no tanto que escribía para uno igual al que sostenía su mano. Su zapatilla izquierda echó pies y fue a esconderse debajo del sofá mientras J.A. continuaba mirando a través del periódico el suelo de la cocina y la cafetera, quizá por efecto del calor, se hacía cada vez más grande. Suspiró levemente, dejó el periódico encima de la mesa de la cocina y fue en busca de su zapatilla, que asomaba su lengueta y se movía furiosamente contra la altura del sofá de la salita, intentando ocultarse bajo él.
La cafetera seguía creciendo, era ya como una mesita de grande y si seguía así, acabaría chocando contra el techo de la cocina. En la mesa, del periódico que descansaba, empezaron a estirarse y a escurrirse las letras, cayendo sobre el suelo en un goteo audible. J.A. consiguió rescatar la zapatilla, polvorienta porque bajo aquel sofá se barría una vez cada dos semanas, gracias a lo cual crecían nuevas especies de ácaros filósofos entre sus transversales muelles.
Tenía la estatura de un potro la cafetera, y casi relinchaba. J.A. se calzó la zapatilla rebelde y fue a por la fregona, dado que el suelo de la cocina estaba lleno de letras que no formaban ningún mensaje reconocible y no soportaba el caos. El periódico era ahora un papel blanco enrollado. Y después de tirar la tinta negra que quedó en el cubo al váter, tuvo que tirar también el periódico, y retirar del calor la cafetera, que ya era tres veces como la casa y había abierto un agujero en el techo.
A través del agujero J.A. vio aves migratorias. Deseó ser una de ellas. Aquel fue el primer día apático de su vida. Luego vendrían otros muchos.
La cafetera seguía creciendo, era ya como una mesita de grande y si seguía así, acabaría chocando contra el techo de la cocina. En la mesa, del periódico que descansaba, empezaron a estirarse y a escurrirse las letras, cayendo sobre el suelo en un goteo audible. J.A. consiguió rescatar la zapatilla, polvorienta porque bajo aquel sofá se barría una vez cada dos semanas, gracias a lo cual crecían nuevas especies de ácaros filósofos entre sus transversales muelles.
Tenía la estatura de un potro la cafetera, y casi relinchaba. J.A. se calzó la zapatilla rebelde y fue a por la fregona, dado que el suelo de la cocina estaba lleno de letras que no formaban ningún mensaje reconocible y no soportaba el caos. El periódico era ahora un papel blanco enrollado. Y después de tirar la tinta negra que quedó en el cubo al váter, tuvo que tirar también el periódico, y retirar del calor la cafetera, que ya era tres veces como la casa y había abierto un agujero en el techo.
A través del agujero J.A. vio aves migratorias. Deseó ser una de ellas. Aquel fue el primer día apático de su vida. Luego vendrían otros muchos.
1 Comments:
Muy divertido :D
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