Tuesday, September 05, 2006

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Debió pasar unos veinte días mi cuerpo flotando en el lago, inerme. Perdió alguna uña reblandecida y se tornó de un color verde nada saludable. Era mi cuerpo porque yo lo cuidé, porque lo recogí cuando nadie más lo quería, porque le hice el amor con ternura, porque sólo se me resistió fugazmente.
Cuando mi furgoneta blanca dejaba atrás el lago y lo que sostenían sus aguas, suspiré levemente y me arrepentí de no haber sido otro tipo de hombre en su momento. No podría haber imaginado entonces que la volvería a ver, sonriéndome, en casa y como siempre.
Pero allí la encontré a mi vuelta, sobre mi sillón de cuero, y no pude contener la emoción y le arranqué la ropa como en las primeras citas en el bosque. Y lloré de alegría mientras la besaba. Después de amarla, me quedé contemplándola un rato, antes de dormir, como me gustaba hacer antes del accidente que le partió en dos la cabeza. Y ella, que casi nunca hablaba, me dijo:
- ¿Qué crees que te diría un psiquiatra si leyera estas cosas que escribes, chavalote?
Y arrugué el papel, cuyo contenido reconstruí más tarde de memoria.

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