Friday, May 11, 2012

Sueños mecánicos

Érase una vez un hombre obsesionado con los cubos. Mientras todos los demás arrastraban sus ideas como sombras, salpicando irregularmente las avenidas del pensamiento con manchas y difusiones, él ponía la regla antes que el ojo, y era capaz de obviar las curvas e ignorar las protuberancias anormales dejando encajar al mundo en sus coordenadas. Sin pestañear.

Había una niña en la ventana, pero sólo la podías ver de perfil, porque era el fantasma bidimensional de alguien que quizá pasó por ahí, pero probablemente no.

Este hombre observó la ventana y vio una concentración de círculos perfectos. Luego el amor tenía esa forma. La armonía de la equidistancia desde un punto señalado por una mirada que se cruza a través de un infinito prematuro, como si dentro de un puño cupieran todas las estrellas del Universo.

Pero la niña ya era una joven y había desaprendido a hablarle a la luna. Su ligereza, su imposible levedad había cedido paso a un malabarismo torpe. Ante los ojos de su admirador, la equilibrista hacía perder la voz a los que daban vueltas alrededor de sus pasos.

Y él, en su perfecta calculadora mente empezó a rodearse de elipses, que representaban la evolución orgánica del círculo. Frente al artificio, naturaleza. Algún suspiro escapó mientras la madrugada hincaba los dientes en el corazón tierno de la niña de la ventana. Era ya una mujer.

El hombre empezó a sentir que sus músculos no respondían como antes, las imágenes que acompañaron a su caída fueron turbias y fantásticas. Todo empezó con una línea de color que se volvía gris al doblar las esquinas. Y ella acabó, siglos después de la primera mirada, advirtiendo su presencia.

- ¿Nos conocemos de algo?

El hombre sonrió y sacó de un bolsillo harapiento una cera roja y caliente. Dibujó en el suelo una forma imposible, incalculable y se fue a morir, deshaciendo sus pasos y contento por haber visto su obra terminada.

2 Comments:

Blogger la voz y la palabra said...

Siempre pensé que debajo de lo más estrictamente racional, como acechando, pero fundamentando a la vez a su antónimo, descansa lo irracional. Como el miedo, madre de la pasiones, que nos impulsa al cálculo racional con el objetivo de salvar la vida. La obra final, "incalculable", muestra como la máquina finalmente, se ve corroída por el óxido de la pasión.

6:45 AM  
Blogger Paolo R. said...

Que texto tan sublime, me atrapó y luego me agitó por dentro. ¿Como llegue aquí? cosas de la causalidad. Hermoso caos.

4:32 AM  

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