Tuesday, December 20, 2011

Sin salida

Son los malos usos que le damos a las cosas: Hay quien pretende que la imaginación le saque de pobre, y el que vale para los números acaricia otro mundo posible pero poco probable. Luego estamos los de en medio, los espectadores, los de la patria común, la gentuza borracha y perezosa, los buenos por omisión y el Yo innegable. Hablamos porque la vanidad nos lo permite o porque nos empuja a ello, alguno ha llegado a reconocer que no tiene qué decir, pero por dentro no se lo cree del todo.
Si sigo esto, acabaré desaconsejando la esperanza, que es virtud que no se ostenta, por miedo a que algún bieninformado te prive de ella o, peor, defendiendo el sistemático derribo de los sueños de la juventud que nos precede. La mejor literatura que conozco, en todo caso, se ha hecho a contrapelo de la esperanza, siempre me gustaron las disutopías...

Sufría confortablemente la peor de las prisiones, la más adusta. La reja, la losa, el zulo, el foso que señalaba los confines de su etiqueta, de su crítica y de su existencia habían sido concebidos y materializados de forma irregular, por eso su mente le disparaba al corazón la idea absurda de que alguien había cocido aquellos ladrillos, forjado aquel acero o atado aquellas cuerdas. Pero eso era imposible, porque había nacido allí y el mundo comienza con él agarrado a la letrina sucia que comparte con los demás. Podría terminar de manera parecida, si 026441 no tuviera un plan.
A su alrededor, otros presos fingían no prestarse atención entre ellos. Delante suya, el guardia parecía satisfecho con su suerte: Balanceaba la silla, apoyaba un pie en la mesa, leía una revista porno, reciclaba las colillas del cenicero y soñaba con multitud de brazos, recorriéndose en una contorsión infinita e imposible.
Alguna vez los presos le habían oído delirar, y eso fue lo que le dio la idea. Y cuando 026441 habló con el resto, mostraron interés, más por la novedad que por el significado.
Sólo tenían que quedarse detrás de 026441 y no dejar de asentir con la cabeza. Así fue cómo se inició la conversación, el vigilante quiso saber qué pasaba:
- ¿Por qué no dejáis de mover las cabezas?
- Siento pena por ti - Comenzó 026441.
- ¿Pero por qué no dejáis de mover las malditas cabezas? ¡Dejad de mover las cabezas!
- No.
- ¿Qué?
- Estamos asintiendo nada más. Nos gustaría liberarte, pero no sabemos cómo.
- ¿De qué estás hablando?
- De que no has hecho nada malo para estar ahí.
- ¿Aquí? Me hace gracia ¡Sois vosotros los que estáis detrás de los barrotes!
026441 dejó que pasara un silencio de tres segundos, luego contestó:
- Tú también.
- ¿Qué? No, yo no estoy en la cárcel.
- Te veo a través de los barrotes, luego debes estar en la cárcel.
El guardia se paró. De repente, algo pareció moverse dentro de su cerebro. Miró hacia un lado y luego hacia el otro. El resto de prisioneros, de secuestrados, de convictos o de paseantes no dejaban de asentir. Y, de súbito, se sintió el hombre más sólo del mundo.
Volvió la cabeza y, pretendiendo no dejar ver su turbación, se apartó de las rejas y se dirigió a la puerta. Aquellos hombres encadenados lo vieron desaparecer en el umbral con un quejido. Nunca volverían a verlo, puede que pidiera un traslado.
026441, por su parte, había obtenido más de lo que buscaba y se sentía realmente satisfecho. Sus compañeros estuvieron mucho tiempo agradeciéndole que hubiera contado con ellos para participar en la broma, pues no acababan de entender su papel. Él, por su parte, había empezado a pensar en la lluvia. Se preguntaba porqué nadie había intentado esculpirla antes.
Y así desapareció, sentado en su letrina, moviendo las manos como un loco.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

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1:02 PM  

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