Sunday, August 31, 2008

La ciudad inmóvil

Francisco despertó como todos sus conciudadanos aquel día. Su primera reacción, y en esto tampoco fue original, fue la sorpresa al verse atado a la silla de su cocina. La diferencia entre él y los demás fue que halló frente a él al responsable de su captura, mientras los demás siguieron interrogándose durante horas, y algunos incluso días.
Conocía a aquel tipo, que rondaba los cincuenta por las noticias. Estaba algo diferente a como solía aparecer en la televisión. Sus ojos reflejaban cansancio, lo que no era de extrañar si tenemos en cuenta que se había tirado toda aquella noche trabajando duramente. También era un poco menos alto y no tan cordial como cuando lo enfocaban con una cámara.
Se trataba, aunque Francisco tuvo que hacer un esfuerzo por recordar su nombre completo, de Alfredo Vargas, el hombre más rico de España. Fue él quien empezó la conversación:
- Has tenido el honor de ser el último.
Francisco sintió una sensación muy extraña, debido a lo surrealista de la situación, tardó algo en reaccionar, pero, al fin, preguntó:
- ¿El último? ¿Por qué estoy atado?
El hombre, sin inmutarse, ignoró su pregunta y en cambio le interpeló:
- Tú me conoces, como el resto de esta ciudad. De esta maldita ciudad de locos.
- Será mejor que me desates. Te juro que no diré nada.
- Oh, por supuesto, tampoco tendrías a quien decírselo. Claro que podrías desatar a algunos y entonces provocarías un problema.
- ¿Algunos?
- Amigo ¿Puedo saber tu nombre?
- Me llamo Francisco.
- Paco, toda la ciudad está, de una manera o de otra, inmovilizada.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Prefiero empezar respondiéndote al "Cómo". Ciertamente estoy orgulloso de mi éxito. Y es que he tenido que menguar mi fortuna considerablemente para conseguir lo que quería. Antes de que me opongas el razonamiento de que podría haber comprado mi propia ciudad inmóvil déjame decirte que tenía que ser ésta, mi ciudad natal, y no otra la elegida. Porque es la ciudad que me hizo lo que soy y a la que yo quiero rehacer ahora, en la persona en que me he convertido.
Llevaba planeándolo años. Los sobornos que me ha costado dejar esta ciudad totalmetne incomunicada, además del grandísimo equipo de personas que hizo falta para, en apenas 12 horas, teneros a todos vosotros de acuerdo con mi proyecto.
- ¿Has secuestrado una ciudad entera?
- Si prefieres decirlo así. Verás, a pesar de todo mi dinero y de acuerdo con los tópicos que frecuentan los pobres para consolarse, yo no era un hombre feliz. Y no lo era por dos razones: Porque no estaba de acuerdo con lo que veía a mi alrededor y, porque, a pesar de todo, jamás he llegado a conocer el poder.
Por supuesto, si quería podía mandar asesinar a cualquiera, o pagarle para hacer que sus ideas coincidieran, aparentemente, con las mías. Pero eso no es auténtico poder. Lo que yo busco, amigo, es hacer un cambio profundo, modificar la realidad de una manera que no pueda ser deshecha. Y es por eso que todos habéis sido recluidos, confinados, atados, para que yo pueda reeducaros, para que lleguéis a ver el mundo como yo lo hago.
- Estás loco, eso nunca sucederá.
- Oh, por supuesto que sí. Lo único necesario es un condicionamiento lo suficientemente fuerte. Y lo vamos a ir buscando, uno por uno. Hasta que esta ciudad, gracias a mis parámetros, funcione como un reloj. Un engranaje donde cada pieza cumpla su función y no otra. La perfecta maquinaria humana, el ajuste entre la realidad y el modelo. Mi utopía.
- Bueno, el gas que esparcí para dejaros dormidos garantiza que durante la próxima semana no podréis moveros mucho, aunque escapéis. Y es tiempo suficiente para que el racionamiento de alimentos empiece a surtir efecto sobre vuestras fuerzas. Todo está previsto.
- No todo - la voz no venía de ninguno de los dos. Era una voz extraña, sibiliante, pero con un cierto matiz hueco. Una sombra había aparecido detrás del loco.
- ¿Quién eres?
- El que va a jugar a la comba con tus intestinos.
Alfredo desenfundó una pistola que guardaba bajo la camisa. La sombra pareció no inmutarse.
- No quiero hacerle daño a nadie.
- Ya lo has hecho, algunas de tus víctimas han muerto por una reacción alérgica a tu gas. Felicidades, asesino.
- En toda revolución hay mártires. - El cañón de la pistola escupió dos veces contra la sombra, que cayó hacia atrás, y empezó a desangrarse en el suelo.
Había algo raro en aquella sangre. Demasiado espesa. Alfredo, pistola en mano, se acercó lentamente hacia el cadáver:
- Si sigues vivo, te prometo que pondré todos los medios para que te recuperes. Las muertes de aquellas personas han sido desgraciados accidentes. - Alfredo enmudeció al acercarse al cadáver. Francisco no pudo ver nada, el millonario loco tapaba la escena con su cuerpo. Y todo fue tan rápido que, ni aún si no estuviera sufriendo una crisis nerviosa, hubiera podido apercibirse de lo ocurrido. Lo único que pudo ver con claridad fue cómo la sombra se reincorporaba en un instante, y casi al mismo tiempo, el cuerpo de Alfredo cayendo, con la garganta destrozada.
Francisco se desmayó, no soportba el olor de tanta sangre. La sangre de aquella sombra tenía un olor particularmente fuerte.
Cuando despertó, estaba libre. La sangre se había secado, pero del cuerpo no quedaba rastro. Leyendo el periódico unos días después, sabría que el cuerpo había sido mutilado y cada parte había aparecido en un lugar distinto, público y visitado. Sólo la cabeza no había aparecido. Sintió cierta alegría y, con el tiempo, casi pudo olvidarse de aquello.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home