Wednesday, February 24, 2010

¡Ponte el sombrero al revés!

Esa innatural tendencia, esas miraditas por debajo de la blusa, esa desfiguración, esa falta de realismo, esa pretensión de autenticidad, esa risa falsa y estúpida. Es costumbre del sol no traer nada bueno cuando vuelve a bañar el brillo de mi pelo grasiento.
Las armas estaban apostadas, al otro lado de la trinchera, todo sangre verde y tripas de origen desconocido, porque por dentro todos los cuerpos se parecen. El soldado más estúpido del batallón de los innecesarios se me acercó: "Tienes miguitas en el hombro"
Sólo son pequeños parásitos, como tú, amigo descerebrado.
Así que cojo mi arma, que puede ser una pistola, o unas tijeras, o un cordón o una pluma y la lanzo al otro lado, queriendo dar a entender engañosamente que me rindo. El enemigo, para mi mal, me toma en serio y viene a quedarse con mis huesos.
Yo no puedo morir, claro, pero los demás sí y no es un espectáculo agradable, por más que los considere de una especie inferior a la mía. No, sólo me pueden capturar y frustrarse.
El capitán enemigo me golpea la cabeza con un garrote. Cada vez que la aplasta, de los sesos mezclados con astillas del cráneo, emerge una nueva y sonriente. Cada vez que me mutila, mi brazo resurge con un gesto obsceno. Me dispara con el cañón y la bala rebota. Me tira por un acantilado y una providencial racha de viento me devuelve al punto de partida, me prende fuego y llueve, camina sobre mis huesos y resbala. Al final se frustra:
- ¿Por qué no te mueres?
- Falta de costumbre, supongo.
Y es entonces, cuando todo mi ejército ha muerto y me rodea el enemigo que, como acto de extrema chulería, decido pasar al contraataque. Sólo necesito las uñas.
El primer corte es sorprendentemente pequeño. Cualquiera que no supiera lo que pretendía, lo hubiera ignorado, pero allí había expertos en la batalla. Un pequeño corte encima de la ceja de aquella raza apestosa, una muerte dolorosa y garantizada. Estaría sangrando para siempre, hay una parte de su sistema circulatorio en la que la sangre prefiere no coagular.
El segundo cae por un infarto, al verme herir al tercero con sus propios párpados.
El cuarto va al infierno por no respirar lo suficiente.
El quinto queda dividido. Ya había recuperado una espada.
El sexto se mezcla con los otros.
No, no siento aprecio por la especie, por ninguna. Desidia, alejamiento, no puedo sentir que mueren si no pude decidir que vivieran.

1 Comments:

Blogger la voz y la palabra said...

Menuda conclusión! Eres muy duro, pero aveces hay que serlo. Me gusto.

11:01 AM  

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