Monday, December 29, 2008

Dos recomendaciones

Mi madre quiso transmitirme en su momento una superstición que se me ha mostrado como carente de fundamento. Según su buena experiencia de lectora, en la que me aventajará siempre, no hay libro realmente malo, en el sentido de que todos aportan algo al espíritu. Yo podría haber defendido su teoría por estar cargada de romanticismo, pero el infantiloide Coelho y, en general, los libros de autoayuda son un argumento demasiado fuerte en contra de la citada tesis.
La adquisición de ciertos libros por ciertas personas resulta sintomática. Las mentes débiles se ven atraídas por los dogmas genéricos (Dogmas al fin y al cabo) que aconsejan adaptar el criterio a la realidad y someterse con una estúpida sonrisa a la fuerza del destino, respetando el civismo y la buena educación, como si el mismo Dios estuviera detrás de semejantes convenciones.
En este contexto tan triste, el haber vuelto a Schopenhauer ha tenido auténticos efectos balsámicos sobre mis pobres ideas inconexas. El arte de insultar no es un libro que este gran filósofo llegara a escribir, sino un compendio de citas extraídas de sus obras, resultando en una colección de invectivas contra todo lo que a Schopenhauer le resultaba detestable. El estilo es directo, tajante, va a la yugular sin reparos y su concisión tiene una fuerza que resalta el contraste con estos tiempos de corrección política.
Es xenófobo, misántropo, misógino, irritable en grado sumo, algunas de sus críticas rezuman resentimiento sin tapujos, cuando compara a los franceses con monos casi lloro de la risa. Era un genio descomunal, pero si se le ocurriera escribir como lo hizo hace más de un siglo, no pasaría la primera criba de un editor de los de ahora.
¿Por qué no puede alguien mostrar su intolerancia, su incomodidad y sus prejuicios? ¿No están en la base más profunda del sentimiento humano? Schopenhauer vivió en una época horrible, análoga a la nuestra y no se calló lo que pensaba sobre los imbéciles que le rodearon. Los amigos de la censura han acabado por refinarse, y desde los métodos directos, como la quema de libros, han pasado a buscar el embotamiento del espíritu, inventando una ética dulce para disimular que, en su gran "tolerancia" subyace una mente blanda, carente de pensamientos propios.
Y, tras terminarme El arte de insultar, empecé con El jugador de Dostoyevski. Voy por la página 100 y pretendo terminarlo hoy aunque tenga que estar despierto hasta las cinco de la mañana. Y es que hacía tiempo que no encontraba una joya de tan alto precio, casi me da miedo compartirla.
Por supuesto, conocía el título por referencias, pero hubiera esperado para su lectura, dado que Noches Blancas del mismo autor tuvo en su momento sobre mi ánimo unos efectos devastadores.
Me hallaba yo experimentando una de mis frecuentes crisis neuróticas cuando encontré este relato, que como ningún otro que yo haya leído expresa la soledad y la falta de vías de escape. C0incidían las circunstancias del protagonista con mis propios temores en aquel momento, y viéndome totalmente identificado con el personaje, fui arrastrado por su tristeza. Me costó una semana reponerme de aquella lectura traumática y hube de recurrir a lecturas más suaves, como quien combate el ardor de estómago con una dieta moderada.
Afortunadamente para mí, la identificación con Aleksei Ivanovich, protagonista de El jugador resulta prácticamente imposible. El relato refiere la arquetípica situación de los aristócratas que experimentan la decadencia de su economía, la compulsión hacia el juego y un amor - odio que se manifiesta con un servilismo contradictorio.
Es también una obra soberbia, más que recomendable, obligatoria, y el inicio de una nueva pasión para mí. La literatura rusa es un terreno que tengo poco hollado, me comprometo a seguir rebuscando entre sus joyas.

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