Tuesday, January 31, 2017

Confesiones de un bailarín escurridizo

Como soy un guachipango de lo más sensual, me paso la noche bailando el Tomasulo, en la pista con las ranitas y en el doblas del edredón les hago rosa. A veces me desquerejan las fauces de un queso y les tengo que decir que mil perdones, que es lo que tiene la sangre al rojo.
En el pueblo de ayer hubo una reina, sin embargo, que no quiso querer. Y yo con mis alzadas, mis tensiones y fardando la gaba. No hubo manera y mira que le cité entero el manual. La que falta es la que duele, porque aquí que el puñal de cobre no me termina de reaccionar desde entonces.
Desde aquella partida estoy como notario en matanza y no hay baba que me apetezca, me quedó ruina por la mujercita, acaso la conocerían si la vieran. Es de luz distante, un pelo que parece una herida, unos labios para mecerse y todo lo demás para arrancarle el alma a uno, esté donde esté.
Cuando paso por allí pregunto y los amigos de la negra me sonríen, hasta me dicen que es un eclipse y que no quiere saber nada de bailes ni de perdidos. Yo les quiero discutir, pero el perfume de sus huellas me dejó a esperar en la vía. Estoy más dentro del sueño que fuera.
Sucederá dentro de dos días, por cierto, que en el cruce del muro la encontraré recogiendo una colilla del suelo y lo que me agarró me empujará y que el cielo se hará lluvia que nace del suelo rompiendo suelas, porque no será mi trastorno. Será ella.
Y entonces sabré qué pasó, sabré porqué no y porqué creí que sí y veré que la noche escondió su diente mellado, que mis ojos la nublaron, que la mujer soñada no es plata. Reconoceré entonces a mi verdadera amante, porque yo no puedo querer a una mujer. Pero estoy loco por lo que las envuelve.

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